MADRID 16 Nov. (OTR/PRESS) -
En febrero de 1992, Hugo Chávez, siendo teniente coronel, intentó un golpe de Estado, que fracasó y lo llevó a la cárcel durante dos años. En el siglo XIX cuando un militar intentaba un golpe de Estado y fracasaba se pegaba un tiro, pero a finales del XX la vida era ya mucho menos romántica. Que, ahora, este boquirroto impertinente acuse de golpistas a diestra e incluso siniestra, obedece a ese síndrome de la puta que, aparentemente deja de serlo, y se convierte en una especie de entusiasta defensora de la castidad. La evolución de Hugo Chávez ha sido muy inteligente.
De intentar el golpe de Estado, grosero y tradicional, ha pasado a perpetrar un golpe de Estado aparentemente legal, a través del cual está destrozando el sistema democrático de Venezuela, y lo va convirtiendo, sin prisas, pero sin pausas, en una dictadura. Es la misma inteligencia que le lleva a insultar a España, y a intentar crear un conflicto exterior para justificar que su mala administración comience a notarse con la falta de alimentos, con la pobreza, y no digamos ya con la decadencia de las clases medias, porque las clases medias han desaparecido, a pesar del permanente río de divisas que entra en el país, procedente del petróleo.
El boquirroto impertinente lo es por calculada demagogia. Ni es un gorila, ni es tonto. Ahora bien, el problema de los malvados inteligentes es que les suele superar la soberbia. El cuervo concluye por soltar el queso, cuando la zorra le dice lo bien que canta, y al ex golpista no paran de decirle que es un maravilloso tenor. Y eso le gusta. Y se gusta a sí mismo. La inflamación del ego es muy rápida y llega un momento en que rivaliza tanto con la inteligencia que llega a superarla. Es el instante en que se inicia la decadencia. Y es entonces, cuando, a la vez, se dará cuenta de que no es un tenor y de que se quedado sin queso.
Luis del Val