MADRID 12 Oct. (OTR/PRESS) -
La patria es el resultado de un azar, muchas veces como la religión. El ser humano, que también es producto de un azar, viene de una larga evolución y es mucho más importante que la patria, porque sin seres humanos, ni hay tribu, ni sociedad, ni patria, ni concursos de televisión, ni banderas, ni nada. Desconfío de las gentes que hablan mucho de la patria, porque la patria suele ser el último reducto de los canallas. Uno de nuestros más elegantes canallas, después de choricear varios millones de pesetas, desde su cargo en el Ministerio de Interior, decía en su defensa: "Con la patria, siempre, con razón o sin ella". No hay tipo más patriota que el que le saca una buena tajada de poder o de dinero a la patria. Franco era un gran patriota, o sea, un gran canalla, y no te digo nada los patriotas de las patrias recicladas de nuevo cuño, patrias recién salidas del telar de la historia inventada, dispuestos a dar lo que sea, con tal de conservar su coche oficial, su nómina, su cargo, y su cotidiana razón de demagogia para nuevos patriotas de reemplazo.
En 1957, un modesto campesino, llamado Aristidio, le dijo al Che Guevara que estaba cansado de la guerrilla y que quería volver con su familia. El gran patriota le pegó un tiro en la cabeza. No era la primera vez. Hay grandes patriotas en este nuevo siglo, como Evo Morales, Chavez y, últimamente, otro totalitario de postín, Rafael Correa, que están llevando a sus patrias, con muchísimo patriotismo, hacia la ruina y la miseria.
A mí no me preocupa en exceso el patriotismo de los políticos que me tocan en suerte o en desgracia; me preocupa mucho más si atentan o no atentan contra las libertades del individuo, hasta qué punto son intervencionistas, o 'istas' de lo que sea, porque a Pinochet, ese tremendo golfo, se le llenaba la boca de "patria", y Fidel Castro ama a Cuba, tanto como odia a los cubanos que no piensan como él.
Luis Del Val