MADRID 14 May. (OTR/PRESS) -
Un viento de locura se cierne sobre las cabezas visibles del Partido Popular. Yo sabía, y así lo escribí varias veces, que el PP entraría en grave crisis si perdía las elecciones generales del pasado 9 de marzo. Pero me quedé un poco corto en el cálculo, sobre todo en la furia y crueldad de algunos contra el presidente Mariano Rajoy. Tengo la impresión de que acaban de cruzar el Rubicón de su propia sostenibilidad y que les haría falta un milagro para no sumergirse en otra década y media como las de los años 80 y 90, de crisis, debilidad y luchas intestinas interminables.
Entonces era la búsqueda de la unidad y el liderazgo de la derecha. Pero ahora es también la crisis ideológica, a punto de desembocar en la fractura en dos mitades, como titulaba este martes un importante diario. El plante de María San Gil a la ponencia política y a Rajoy sólo ha sido el desencadenante o el estallido de un volcán que ardía por dentro y cuya lava puede arrasar al partido y a las posibilidades futuras de la derecha española. Lo peor es que eso parece complacer a muchos de ellos más que a la propia izquierda.
Tendríamos que ser todos un poco más patriotas, pero empezando por ellos, claro, porque es evidente que la patria necesita una alternativa a la izquierda, pero una alternativa tan seria y sedimentada al menos como el actual Partido Socialista, que también pasó su calvario. Lo que no puede ser es dos calvarios en dos décadas. En todo caso, la división del PP no debería llegar a la escisión en dos partidos irreconciliables.
Y ya sé que esta advertencia puede parecer ahora mismo exagerada, pero ¿quién imaginaba hace dos meses que las cosas iban a llegar tan lejos como ya han llegado? El sector duro, o más duro, para hablar con propiedad, es que ha ganado mucho terreno después de la derrota del 14-M y no digamos después de la derrota del 9-M, esto último de manera incomprensible. Es que la línea dura aparece muy bien dibujada y muy bien nutrida, mientras que Rajoy y sus partidarios no tienen quien les quiera ni quien les escriba. A cinco semanas del congreso de Valencia.
Pedro Calvo Hernando