MADRID 1 Sep. (OTR/PRESS) -
Se entiende pero no se comprende bien esta ridícula y ya larga historia de la sucesión de Mariano Rajoy, alentada desde el interior de su propio partido, aunque, lógicamente, aprovechada por el PSOE para desgastarle todavía más. Yo creo que ya está bien con ese cierto sadismo o sadomasoquismo de martirizar de esa manera al presidente del PP. Los lectores habrán visto imágenes de estos días, sobre todo de ayer, en que aparece un Rajoy aterrorizado ante la sola presencia de los periodistas, que, en plan malvado, sólo le preguntan por su sucesión, Dios mío, a seis meses de las elecciones generales. Se esfumó toda la sorna gallega de este hombre, toda su capacidad de ironizar y de driblar inteligentemente al interlocutor. Hasta algún que otro balbuceo se le ha visto. La verdad es que estamos asistiendo a un espectáculo más que lamentable, en el que quienes lo están crucificando se permiten el lujo de proclamar una inexistente lealtad al presidente y unas falsas afirmaciones de que lo que desean es ayudarle para que gane las elecciones.
Todo el mundo sabe que Rajoy atraviesa el peor momento y las horas más bajas, sobre todo ante los abrumadores augurios de que en marzo va a perder las elecciones generales. Quiero decir que es justamente ahora cuando más necesitaría el unánime apoyo de su gente y un poquito de cariño y de respeto, en lugar de este cachondeo que, a mí particularmente, me indigna, por mi afecto hacia él de los buenos tiempos. La derecha española sigue siendo tan cainita como siempre y lo ha ido a pagar el que menos culpas tenía, que era Mariano Rajoy. Lo que es legítimo y natural que se haga desde los medios informativos o desde los partidos adversarios, es una vergüenza que se lo hagan desde dentro de su propio partido. Ya las últimas fintas con Manuel Fraga de protagonista no se me ocurre dónde clasificarlas. Un día de estos voy a llamar a Mariano para reconfortarlo, dejando a un lado por un momento los infinitos motivos de crítica que me inspira su actuación política. ¿Por qué no da un puñetazo sobre la mesa y se los quita de encima?
Pedro Calvo Hernando