MADRID 26 May. (OTR/PRESS) -
Los únicos que habrían acusado al presidente Zapatero de electoralismo si éste hubiera acudido a Alcázar de San Juan y a la zona del desastre son los que de ordinario, y de continuo, le acusan de todo lo habido y por haber, desde romper España hasta dar aliento a ETA. De modo que la explicación dada por Moncloa para justificar su ausencia de los territorios devastados no parece muy lógica, máxime cuando Zapatero se estaba hinchando durante esos últimos días de campaña a hacer abiertamente campaña electoral en beneficio de los candidatos de su partido. Un presidente no deja de serlo, ni cesan sus obligaciones inherentes al cargo, por hallarse el país en tiempo de elecciones locales y regionales, del mismo modo que no puede dejar de hacer lo que su responsabilidad le dicta por el qué dirán, y menos por el qué diran de los que, más que decir, ofenden. Pero, en fin, aunque su presencia habría sido muy valorada afectivamente por los valientes manchegos que se enfrentaban a las desatadas furias de la naturaleza con un temple admirable, tampoco fue imprescindible para vencerlas finalmente a base del coraje y la solidaridad de todos.
Dicho esto, también hay que decir que ante las lluvias torrenciales, ante la pavorosa visión del cielo arrojando proyectiles de hielo contra los tejados y las cosechas y, desde luego, ante las consecuencias de un pésimo urbanismo heredado que invadió cauces, ramblas y torrentías, las instituciones públicas de Alcázar (Ayuntamiento, Junta, Delegacion del Gobierno, bomberos , Protección Cicil, personal ferroviario, Cruz Roja, Ejército...) reaccionaron junto a los paisanos con rapidez y solvencia. Y si lo sé y me consta es, sencillamente, porque vivo en esa ciudad, cuna de Cervantes, que me ha acogido en mi voluntario destierro madrileño con cariño y que hoy, además, admiro tanto. Horas muy tristes se han vivido en Alcázar y cuando salga el sol sobre los campos anegados y rotos se seguirán viviendo, pero cuando el tiempo y las ayudas ofrecidas por el gobierno cicatricen las heridas, la selectiva memoria del pueblo no recordará las ausencias, sino sólo los gestos preciosos de los que lucharon (funcionarios y vecinos) contra la invasión de las aguas.
Rafael Torres.