MADRID 25 Oct. (OTR/PRESS) -
El tipo que atacó repetidamente a una joven inmigrante en el metro de Barcelona mientras no dejaba de hablar por su teléfono móvil es, según hemos podido ver gracias a una cámara de video instalada en el interior del convoy donde se perpetró la agresión, un chulo y un cobarde, pero, sobre todo, un sujeto-bomba que podría estallar en cualquier momento llevándose a alguien por delante. La violencia de la que es portador, seguramente fruto de una infancia terrible y de una adolescencia no menos devastadora, anuncia males peores si los servicios asistenciales, más que la simple punición, no se ocupan de él, que es tanto como ocuparse de sus potenciales víctimas futuras. El hecho de que el tal personaje goce de libertad de movimientos tras ser descubierta su fechoría, no revela, sin embargo, esa disposición en las autoridades, y sí, en cambio, que éstas tienen en muy poco la integridad física y moral de la joven a la que alcanzó la vesania de ese individuo descontrolado.
Mas si ello es desolador, no lo es menos el resultado de la tradicional encuesta periodística entre los conocidos del agresor, todos los cuales coinciden en considerarle, si no una bellísima persona, sí como un chico enteramente normal. En efecto, quienes empinan el codo con él en las tabernas o saben por otros conductos de los desafueros de su comportamiento tienen una idea de lo "normal" que produce escalofríos, tanto más cuanto describen un mundo brutal del que nadie parece preocuparse. De otra parte, ¿alguien se ha disculpado, en nombre de la Nación, con la víctima, esa chica, esa trabajadora, que ha cobrado un miedo insuperable a salir de casa?
Rafael Torres.