MADRID 26 Abr. (OTR/PRESS) -
Los que se dedican a construir colmenas humanas están teniendo unos días aciagos en la Bolsa, esto es, que no están obteniendo los monstruosos beneficios a que en los últimos tiempos se habían acostumbrado, pero las humildes criaturas que se dedican a construir las colmenas de verdad, esto es, las abejas, están siendo diezmadas por una rara y devastadora enfermedad que muy probablemente está relacionada con el cambio climático que los convulsos constructores de colmenas humanas constribuyen a acelerar en su frenética carrera hacia la conversión de la Tierra en un espacio inhabitable para el ser humano precisamente.
Una desconocida y letal patolología apícola se está cebando con las abejas porque el polen que las nutre y nos nutre está infectado por un parásito insensible a cualquier tratamiento. Hay campos en el mundo que se han quedado ya sin abejas, que es como decir que el mar se ha quedado sin peces, y en los nuestros, ricos de Norte a Sur de sotobosques esmaltados de aromáticas, cada vez se presentan menos a la lista que sucede al toque de diana del alba. Del septentrional valle de Lois a las meridionales serranías de Cádiz y Málaga, la miel que fabrican esos animales, y que les robamos, nos cura, purifica nuestros organismos y nos hace longevos, y si no longevos, sí disfrutadores de una vida mucho más saludable. Pero hay lugares y comarcas, como La Alcarria, donde ese bien natural rebasa todo lo descrito para constituirse, además, en una tradicional e importante fuente de riqueza. Sin embargo, cada día acuden menos abejas a fecundar el campo, a servir de alimento a los pájaros y de manantial de vida para las personas, porque una enfermedad, una variante de la dilapidación y el exceso humanos, está acabando, también, con ellas.
Rafael Torres