Actualizado 27/01/2007 01:00

Rafael Torres.- ¿Debate o rebuzno?

MADRID 27 Ene. (OTR/PRESS) -

El infame estilo de los corrillos televisivos del cotilleo se está trasladando, si es que no se ha trasladado ya, a las tertulias y a los debates políticos. La conversación, el diálogo, la esgrima dialéctica, que se fundamentan sobre las bases de la educación (escuchar al interlocutor, no interrumpirle, dirigirse a él con respeto y discutir sus razones con urbanidad), saltan en pedazos ante la mirada atónita del espectador y su no menos perplejo oído, incapaz de distinguir lo que se dice en semejante guirigay de parlamentos convulsos y amontonados. Importan más, a beneficio de los índices de audiencia que al parecer suben con el griterío, los ecos que las voces, y, desde luego, los rebuznos que la palabra humana racionalmente contraída y moduladamente dicha.

Dejando a un lado el interés personal, que como participante en algunas de esas "tertulias" que devienen en aquelarres se resiente mucho, las consecuencias para el espectador son devastadoras, pues la función de esos debates de actualidad (la de poner en comunicación las diferentes opiniones, ideologías y sensibilidades que conviven muchas veces aisladas o enfrentadas en la sociedad) se aborta por el energumenismo de los tertulianos, excitados por la dirección de esos programas para que se pongan cuanto más tremendos, mejor. El resultado inmediato es el ruido, el verdulerismo y la ordinariez, pero, a más largo plazo, la consagración de un fracaso, el de los españoles a la hora de dialogar y de entendernos. Se oye al que más chilla, más insulta o más interrumpe al interlocutor, no al que propondría ideas más atinadas, atractivas y originales, pues éste, más educado, renuncia a elevar el tono de su voz para imponerla sobre las otras. Si hace unos años el drama era la ausencia en televisión de espacios de debate, hoy la tragedia radica en que la televisión y su ansia por convertir todo en espectáculo detonante los ha envilecido y degradado, de suerte que no se sabe, o sí, qué es peor.

Rafael Torres.

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