Actualizado 23/03/2008 01:00

Rafael Torres.- Al Margen.- El boicot a los Juegos

MADRID 23 Mar. (OTR/PRESS) -

Frente a los argumentos de quienes proponen alguna suerte de boicot a los Juegos Olímpicos de China, los refractarios arguyen que no se debe mezclar deporte y política. Quienes proponen el boicot, bien a la ceremonia inaugural o bien a los Juegos en su conjunto, lo hacen persuadidos de que la participación de la comunidad internacional en ellos equivale a un refrendo de ese régimen cruel que, por capitalista en lo económico y estalinista en lo político, mantiene doblemente tiranizado al gran pueblo chino, y, ciertamente, no les falta razón al señalar la violencia de ese régimen, expresada de continuo y hoy en particular sobre la población del Tibet, como incompatible con el espíritu de paz y hermandad que el olimpismo representa y proclama.

Los refractarios a cualquier medida de presión, por su parte, tampoco están enteramente ayunos de razón por cuanto casi ningún país, fuera de la docena realmente democráticos y garantistas, estaría en condiciones morales de organizar una Olimpiada, de suerte que, si se hilara fino en la demanda de respeto a los derechos humanos, los Juegos se extinguirían en pocos años por falta de sede, a menos que se celebraran de manera recurrente y estable, por ejemplo, en Oslo o en Copenhague. Sin embargo, al sopesar las razones que asisten a unos y a otros, revela mucho mayor peso la idea de que si los JJ.OO. han de servir para sancionar positivamente las dictaduras y sus horrores, mejor sería que se extinguieran.

Que no se debe mezclar deporte y política no deja de ser, por lo demás, una pretensión tan imposible como vacía, pues no sólo todo es política, sino que tampoco sería la primera vez que se mezclaran incluso exageradamente: muchos de los que se oponen al boicot a China patrocinaron y defendieron en su día el boicot a los Juegos de Moscú por motivos "políticos". La comunidad internacional, en todo caso, acaso pudiera disponer hoy de una herramienta para mejorar, siquiera mínimamente, la suerte de cientos de millones de seres humanos.

Rafael Torres

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