MADRID 17 Ago. (OTR/PRESS) -
La libertad de elección en España es más ficticia, si cabe, que un amigo de Facebook. La verdadera libertad, que no es sino la libertad de elegir, bien que sólo en el caso de que la oferta de lo elegible sea variada, no se conoce aquí ni, probablemente, se conocerá nunca, pues, para terminar de fastidiarla, en España opera, como en pocos sitios, el miedo, el pánico casi, a la libertad. Se nos juntan, pues, el hambre con las ganas de comer, y en lo tocante a la política, se añade a ello, encima, el desabastecimiento total.
Anda la gente, o cuando menos la parte de ella que no se encuentra torrefactándose en las playas, entregada a los Valpurgis de las Fiestas Patronales o sufriendo horriblemente a los cuñados, mosqueada con la última de Pepe Blanco, el globito sonda sobre una nueva subida de impuestos a los pobres, que son los únicos, al parecer, con los que éste o cualquier otro gobierno se atreve. El sarcasmo argumental empleado por el lucense, que si queremos mejores servicios, como en Europa, tenemos que pagar más, como en Europa, rebasa el mal gusto para instalarse en la ignominia, pues si de una parte es sabido que los servicios en España siempre serán pésimos paguemos lo que paguemos por ellos, de otra es evidente que ese previsible nuevo latigazo del cómitre gubernamental sobre las espaldas de los galeotes no perseguiría mejorar servicio alguno, sino inyectar dinero en las depauperadas arcas del Estado, vacías porque se lo gastó todo en aeropuertos absurdos, "edificios emblemáticos", comisiones y sinvergüenzas.
Pero aquí enlazamos con la libertad: en tanto la ciudadanía no pueda votar el Estado, y eventualmente botar al que no le sirve, le maltrata, le ningunea y le roba, en vez de a partidos o "familias" que por razones obvias mantienen un pacto de sangre con ese Estado Único (o de las Autonomías, que tanto da) y que apenas se diferencian en nada unos de otros, y desde luego no en su mercurial inclinación al expolio de los humildes y de los decentes, esa ciudadanía seguirá reputándose como tal porque sí, porque queda fino, pero no porque lo sea. El Estado, que entre nosotros tomó casi siempre la espantable condición de enemigo del pueblo, aquí no se vota, y así nos va.