MADRID 1 Abr. (OTR/PRESS) -
De pronto, parece haberse creado entre la clase política una gran curiosidad por lo que piensa la gente. Encuestas, sondeos, barómetros de opinión, convocatorias masivas a los ciudadanos en televisión para exponer sus cosas a los políticos... todo parece poco para saber lo que piensa la gente. Sin embargo, y en parte por el hecho de que no toda la gente piensa, de que los que piensan no siempre saben qué pensar, e incluso de que éstos últimos a veces piensan una cosa y a veces la contraria, la confusión es grande, y por eso todo el mundo se ha agarrado a lo del café del presidente, que es un chascarrillo unívoco, agradecido fácil de analizar.
A la gente (dicho así, 'la gente', no parece que se esté hablando de la suma de un montón de personas únicas e irrepetibles) se le conoce lo que piensa, más que preguntándole y plantificándola ante un prócer, contemplándola en cómo afronta sus afanes diarios y penetrando en sus sueños. La gente, y esto puede comprobarlo cualquiera sin necesidad de encuesta ninguna, quiere trabajo, tiempo, libertad, vivienda, cariño, seguridad, justicia, y también, desde luego, que no la crispen los que en esa ominosa actividad creen hallar el filón de sus votos, y que la dejen tranquila, que la propia existencia en éste mundo (y en éste país) requiere mucha presencia de ánimo y mucho temple para no doblar la rodilla o la cerviz, que viene a ser lo mismo. Esa debe ser la razón de que el presidente cosechara, en su arriesgada comparecencia ante el hemiciclo catódico, un aprobado alto pese a la vaguedad de algunas de sus respuestas.
La educación, la suavidad, la cortesía, valen en éstos tiempos un mundo, y aunque Rodríguez Zapatero no brilló exageradamente porque no podía brillar, porque el poder político que gestiona no es ni de lejos el verdadero poder y él sólo hace lo poco que puede para el mejoramiento real y profundo de la sociedad, su educación y su respeto hacia las personas le salvó del cate. Lo que piensa la gente. De pronto, importa lo que piensa la gente.
Rafael Torres