MADRID 3 Nov. (OTR/PRESS) -
Hay un Partido Popular con sede en la madrileña calle de Génova, que tiene sus disputados, sus senadores, sus alcaldes y sus cosas, y otro, llamémosle externo o mediopensionista, que se compone exclusivamente de periodistas. Las consignas de uno y otro son idénticas, las ideas también, y calcadas, así mismo, las opiniones, las reflexiones y hasta la indumentaria.
Al igual que aquél viejo minero que al principio de la Transición acudió a un mítin de Felipe González y Alfonso Guerra, y que tras oirles exclamó asombrado: "¡Redios, nunca vi dos hombres con la misma cabeza!", el ciudadano de hoy podría expresar, bien que multiplicada, parecida perplejidad: "Redios, nunca vi tantos hombres con la misma cabeza! Y es que, en efecto, la uniformación mental de los periodistas anejos al PP es tan absoluta, tan sin fisuras su identificación y subordinación a las consignas emanadas de Génova, que, por economía, podrían comisionar a uno, a cualquiera, para que hablara por todos.
No digo que el PSOE no tenga franquiciados, también, a unos cuantos periodistas, pero incluso entre éstos se da una cierta variedad, siquiera en los matices. Los del PP, no, los del PP no sólo fotocopian el pasquín diario del partido, sino que a menudo son más papistas (pepeistas) que el Papa (que el PP). Y ahí andan ahora con la sentencia del 11-M, recurrentes a aceptar las nuevas consignas de ir soltando disimuladamente la presa que resultó ser, siempre lo fue, aire. A partido le viene fatal, de cara a la próximos comicios, seguir dando la matraca con la desacreditadísima teoría de la conspiración, pero sus periodistas se han asilvestrado, le desobedecen, y tiran de él, inexorablemente, hacia el despeñadero. Y es que de tantos hombres con la misma cabeza no podía venir nada bueno.
Rafael Torres.