MADRID 9 Ago. (OTR/PRESS) -
Los topillos están causando estragos, es verdad, pero tampoco convendría echarles la culpa de todo. De lo de Navarra, por ejemplo, no tienen culpa ninguna, pues hasta los topillos son menos pusilánimes de lo que ha resultado ser la dirección del PSOE, y, desde luego, un topillo nunca cometería un error de cálculo (electoral) como el cometido por la máquina de Ferraz. ¿Y qué decir de lo de Barcelona? ¿Qué responsabilidad tienen los topillos en eso? Los topillos son criaturas campestres y, como tales, se sienten escasamente atraídos por los trenes y por las líneas de alta tensión, de donde sus dientes hiperactivos y sus estomaguillos insaciables no sacan satisfacción alguna. Culpa no tienen los topillos, pues, de que la hermosa ciudad haya acabado siéndolo, por incuria y desidia de las instituciones públicas y privadas, solamente como atrezzo, esto es, que tras el rutilante decorado construido a golpe de grandes celebraciones internacionales, los plomos se fundan, las poleas se suelten, el telón se caiga y el tablazón del escenario se quiebre al ser pisado por los actores, es decir, por los ciudadanos.
Los topillos sólo tienen la culpa que tienen, pero incluso habría que ver si la de comerse todo lo que pillan en el campo es suya o no es suya. ¿Por qué hay tantos? ¿Por ventura se han vuelto locos los topillos? ¿Quién les ha trastornado en ese caso? Se dice que además de asolar los sembrados, van contagiando la turalemia, y aunque la turalemia la contagian también los cangrejos de río, los conejos y hasta la paja, me temo que ésta letra la van a pagar sólo los topillos, que están sentenciados y hasta se van a quemar los campos, en plan Edad Media, para erradicarles de la faz de la tierra. Esperemos, en todo caso, que no sea peor el remedio que la enfermedad, y que no salgamos todos, topillos y no topillos, achicharrados.
Rafael Torres.