Actualizado 09/10/2007 02:00

Ramón Pí.- Desde la libertad: Todos asados

MADRID 9 Oct. (OTR/PRESS) -

Vuelve a ponerse ahora en circulación un error que hizo fortuna en los primeros años de la transición, probablemente como consecuencia de la decidida voluntad de convivir en paz tras la dictadura, y de no volver a las andadas de las intolerancias que desembocaron hace setenta años en la locura de la guerra civil. Este error, bastante extendido, consiste en creer que todas las opiniones son igualmente respetables. El regreso de esta equivocación mayúscula obedece, a mi parecer, a la sensación de vértigo que se ha apoderado de muchos conciudadanos ante el envalentonamiento de los grupos minoritarios separatistas y republicanos, que se manifiesta en la quema o ahorcamiento del Rey en efigie, los ultrajes a la bandera de España y demás gracietas que piquetes de las juventudes de estos partidos se dedican a hacer en ciertos lugares. Todas las ideas son respetables, se dice ahora en el intento de alejar el fantasma de la confrontación civil. Pero eso, como digo, es un error de consecuencias imprevisibles.

Vivir en libertad no requiere dar a todas las ideas igual valor, sino reconocer igual dignidad y otorgar el mismo respeto a todas las personas en cuanto miembros de la familia humana. Todas las personas merecen respeto, pero no ocurre así con todas las ideas ni, desde luego, con todos los comportamientos. Algunas ideas son majaderías sin remedio o errores peligrosos, como sabemos bien tras las experiencias nazis y comunistas del siglo XX. Del mismo modo, algunas conductas son reprochables, grotescas o incluso delictivas.

Si se parte de la base de que no todas las personas tienen la misma dignidad, las consecuencias de este error acaban siendo espantosas: la esclavitud, el aborto, la tortura son botones de muestra de cómo una equivocación original puede derivar en derramamientos de sangre de proporciones escalofriantes. Y si se extraen las consecuencias lógicas de creer que todas las ideas o conductas valen lo mismo, lo que ocurre es que la convivencia se convierte en un sueño imposible, porque se ha evaporado la distinción entre la verdad y la mentira, entre el bien y el mal, y eso sólo conduce a la ley de la selva.

Debatir es saludable, pero se convierte en un ejercicio muy arriesgado cuando cuando se juega con fuego. ¿Quema o no quema el fuego? Debatámoslo. Al final, todos asados al intentar comprobarlo.

Ramón Pi.

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