MADRID 9 Nov. (OTR/PRESS) -
Si la sentencia de la Audiencia Nacional en el caso de los atentados del 11 de marzo de 2004 hubiera dejado el caso cerrado, con los inspiradores de aquellos crímenes identificados y castigados, y con todas las responsabilidades definidas en ejecutores, cómplices, encubridores y cooperadores, necesarios o no; si eso hubiese ocurrido -que no ha ocurrido-, es más que dudoso que se hubiera pasado página, como suele decirse, y que la sociedad española se hubiese sacudido el trauma que todavía la aflige.
Me fundo para pensar así en dos circunstancias principales: la primera es el uso electoral que ya se hizo de la matanza cuando los cadáveres todavía estaban calientes, que condujo al vuelco político del día 14. Desde el primer momento pudimos comprobar que el comportamiento de los partidos fue el mismo que habría sido si el designio de los terroristas no tuviera que ver con la guerra de Irak, ni con la foto de las Azores, ni con las reclamaciones de Al Andalus, sino con el objetivo de expulsar al Partido Popular del poder, y que todo lo demás eran muy buenos pretextos para enmascarar este propósito.
La segunda circunstancia es que el partido socialista no tiene mejor instrumento para movilizar a su propio electorado que recalentar el plato de los atentados de 2004, en la esperanza de reavivar la crispación y así mantener algunos votos que obtuvo entonces; sería algo así como, en palabras de Santiago González, volver a pasar al cobro la misma factura cuatro años después.
Si eso es lo que pienso en la hipótesis de que el caso hubiera quedado cerrado, el lector puede imaginar lo que opino en la situación actual, con una sentencia que ha dejado el caso abierto en algunos aspectos tan importantes como, por ejemplo, la identidad de los inspiradores de la matanza, los organizadores y los que dieron las órdenes concretas de cometer los crímenes precisamente tres días antes de la elecciones generales. Caso abierto, sí. Para desgracia de todos. Y no es ajena a esta lamentable situación una instrucción que, vista ahora con alguna perspectiva, dejó mucho, muchísimo que desear.
Ramón Pi