MADRID 4 Dic. (OTR/PRESS) -
Era previsible que en algunas de las concentraciones municipales de ayer a mediodía contra la ETA hubiera algunas interrupciones de crítica abierta a Rodríguez Zapatero: estaba demasiado cerca la votación del Congreso de los Diputados negándose a revocar el acuerdo que autorizaba al Gobierno a negociar con la banda terrorista. Un acuerdo adoptado un par de días antes del atentado por el que ahora los partidos políticos quieren que la gente salga a la calle a protestar.
Ahora es probable que alguien aparezca tachando a los que protestaron, interrumpiendo incluso los cinco minutos de silencio, de ultraderechistas, fachas o quién sabe si cosas peores. No sería justo hacer tal cosa, porque la reacción de esas personas no tiene por qué obedecer a ninguna especie de repulsión hacia la democracia, sino que responde a la pura lógica de considerar incompatible la idea misma de la negociación con tener a la ETA como interlocutor.
En efecto, para que un encuentro merezca el nombre de negociación, ambas partes tienen que estar dispuestas a ceder algo a fin de obtener algo. Pero resulta que la ETA no sólo es una organización criminal y totalitaria, ajena por entero a toda noción de democracia, sino que nunca, desde que existe, ha cedido un solo milímetro en las exigencias que la han llevado a asesinar, robar y secuestrar. La ETA matará, secuestrará y robará mientras sus exigencias no estén del todo cumplidas. En estas condiciones, sólo cabe derrotarla. Sentarse a una mesa es perfectamente inútil, cuando no algo mucho peor si el que se sienta es el Gobierno legítimo de un país civilizado.