MADRID 9 Ene. (OTR/PRESS) -
La resaca inmediata tras el bombazo asesino en la T-4 de Barajas, como ocurre con todos los atentados, está llena de palabras resonantes. Pasan unos días, tal vez unas pocas semanas, y la vida se lleva todo este material, hasta el punto de que se llega a considerar de mal gusto que alguien recuerde lo que se hizo y se dijo en los primeros momentos. Así funcionan estas cosas.
El segundo acto es la adopción de medidas. Parece que esta vez es inevitable resucitar el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo, que está ahora mismo tan difunto como las víctimas de la furgoneta-bomba a pesar del cinismo con que Pérez Rubalcaba dijo hace unos días que estaba vivo y operativo. Pero el Gobierno pretende modificarlo para que se avengan a firmarlo el PNV, CiU y ERC, tres partidos que rechazan que el País Vasco o Cataluña, respectivamente, sean parte de España. O sea, que defienden las mismas tesis en virtud de las cuales la ETA pone las bombas, chantajea a los empresarios y dispara los tiros en la nuca.
Ya estamos, pues, otra vez en el lodazal de las componendas. El Partido Popular ha mantenido su discurso básico e irrenunciable: frente a la ETA sólo cabe la derrota, no la negociación. En consecuencia, cualquier nuevo pacto deberá incluir el correspondiente acuerdo parlamentario que derogue el que se tomó en mayo de 2005, a la vista de lo ocurrido. Pero la vicepresidenta taumatúrgica (¿o no es un milagro su buena prensa con las cosas que dice?) ha vuelto a leer dificultosamente un nuevo capítulo del discurso oficial, titulado "Bla, Bla, Bla".
Parece que son pocos muertos para hacer cambiar al Gobierno de estrategia. Y, además, ecuatorianos.
Ramón Pi.