MADRID 9 Mar. (OTR/PRESS) -
Por unanimidad, el Tribunal Constitucional ha resuelto rechazar la recusación planteada por la Generalidad de Cataluña contra el magistrado Rodríguez Zapata. No sorprende esta resolución, porque el mismo planteamiento de la recusación estaba plagado de desvergüenza: Vamos a esperar a ver si prospera o no la recusación de Pérez-Tremps, Montilla dixit (y pixit, que diría esa lumbrera llamada Carmen Calvo); si no sale recusado, nos quedaremos quietos, pero si lo apartan del estudio del Estatuto de Cataluña, tenemos por aquí otra recusación guardada, porque lo que queremos es que se vuelva al número par, y que el voto de calidad de la presidenta decida, como en la sentencia de Rumasa. ¿Así de burdo? Así de burdo.
Pero, ay, en estas cosas siempre cabe hacer interpretaciones de segunda derivada, que se dice. Por ejemplo, en lugar de deducir de lo acordado ayer por el TC que a los magistrados les ha acometido un ataque de independencia, podría pensarse que, de este modo, los excelentísimos señores, o algunos de ellos, tendrían cubiertas las espaldas de su prestigio al dar luz verde "rumasianamente" al Estatuto. Es lo que podríamos llamar la interpretación pastelera del asunto.
Yo comprendo que la tentación es fuerte, que el espíritu está pronto y que la carne es flaca, y todas esas cosas. Pero me permito llamar la atención de cada uno de los magistrados sobre lo importantísimo que es para nuestra convivencia pública que dictaminen en la soledad de su conciencia moral, con el auxilio de su ciencia jurídica, y que abandonen toda tentación de pensar que las "soluciones políticas" pueden pasar por encima de las "soluciones jurídicas", porque entonces no son soluciones, sino un nuevo problema de dimensiones incalculables que se añade a la cuestión.
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