Actualizado 28/09/2007 02:00

Rosa Villacastín.- El abanico.- La anorexia en carne viva

MADRID 28 Sep. (OTR/PRESS) -

Mucho se ha criticado a Oliviero Toscano por mostrar en grandes vallas el cuerpo de Isabelle Caro, consumido por la anorexia. Pura hipocresía como hipócritas fueron los que polemizaron cuando este mismo fotógrafo sacó en el lecho de muerte a un joven que padecía Sida. Lo que hace Oliviero no es más que poner cara a enfermedades que muchos se esfuerzan por ignorar. Enfermedades que padecen millones de jóvenes de todo el mundo, de todas las razas, de todos los colores y clases sociales, de manera que no se a qué viene tanta escandalera cuando lo que habría que hacer es aplaudir a quién tiene las agallas de mostrar los daños físicos, morales y psíquicos que produce la anorexia.

Y si de lo que se trata es de que esa fotografía -impresionante por cierto y ante la que ningún ser humano debería permanecer indiferente-, aparece junto a una determinada marca, bueno y qué. Son las grandes empresas, las grandes multinacionales las que pueden costear campañas de este tipo, que además de llamar la atención sobre tal o cual producto, invitan a los ciudadanos a pensar en un mal que quizá no conozcan de cerca pero que se está cobrando la vida de muchas jóvenes y muchos jóvenes, y la de sus familias.

Sólo quién haya tenido contacto con la anorexia, tanto en quién la padece como entre sus allegados, sabe los estragos que produce. Tengo hijas de amigas, de amigas intimas, que en su afán por estar cada vez más delgadas, se llevan por delante el matrimonio de sus padres y todo lo que encuentran a su paso. Son niñas inteligentes, meticulosas, que buscan la perfección del cuerpo y seguramente del espíritu, castigándose hasta límites insospechados. Claro que eso es difícil de hacérselo entender a ellas, de ahí la importancia de la fotografía de Toscano. Expuesta ahí, en las grandes avenidas, en las zonas comerciales, donde todo el mundo las pueda ver, incluso ellas mismas, y comprobar hasta que punto se están destruyendo.

Son muchas las modelos -Nieves Alvarez entre otras-, que han escrito libros sobre el infierno que pasaron en su afán por lograr la perfección, pero nada comparado con esa imagen que tengo clavada en la retina desde que la vi hace unos en la portada de la mayoría de los periódicos de este país y de otros muchos.

No hay conferencia o charla que dé, dónde no se me acerque una madre suplicándome que se hable más de esta enfermedad, que son muy pocos los programas de televisión o radio que dedican tiempo a explicar en qué consiste y cuáles son sus consecuencias. Basta verlas para comprender el sufrimiento que arrastran, porque ésta es una enfermedad que algunos consideran vergonzante, porque la sociedad en la que vivimos prefiere ignorar que cualquier día una de sus hijas, de sus nietas, o de alguien muy cercano, la puede sorprender con que se va al water a vomitar todo lo que come, que cada vez es menos, hasta parecer un cadáver.

Es más, recuerdo un caso que puede dar idea de hasta que punto la gente confunde anorexia con droga. Le ocurrió al hijo de la eurodiputada Paca Sauquillo. Un chico alto, guapo, inteligente, que de la noche a la mañana tuvo que ingresar en un Hospital porque su delgadez nada tenía que ver con el paso de la pubertad a la juventud, no, no, padecía anorexia. Una de las veces que salió del hospital cuando ya creían que estaba curado, salió de casa, cogió el metro en la Calle Serrano de Madrid, y cuando llegaba al andén tuvo una bajada de azúcar y cayó desmayado. Los guardias de seguridad que le vieron, creyendo que era un drogadicto, le sacaron a patadas a la calle, y allí murió en la Milla de Oro de la gran ciudad, en medio de luces de neón, y de esa felicidad ficticia que nos empeñamos en mostrar, como si no hubiera otra cosa en el mundo.

Por supuesto que los guardias fueron condenados por una actitud tan inhumana, pero con la mano en el corazón: ¿Cuántos de nosotros hemos vuelto la cabeza para no ver a ese mendigo o no mendiga que suplica una moneda por el amor de Dios? ¿Cuántas, cuántas veces? No quiero ser reiterativa pero mejor que ignorar es mirar de frente a la vida, para comprender que la vida, no siempre es de color de rosa, como bien lo demuestra la campaña de Oliviero Toscano.

Rosa Villacastín

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