Actualizado 29/07/2010 14:00

Victoria Lafora.- ¿Arte o barbarie?

MADRID, 29 Jul. (OTR/PRESS) -

Mientras escribo esta columna, en el Parlamento de Cataluña se debate sobre la prohibición o no de las corridas de toros. Y se hace en un clima de crispación y de enconamiento muy superior al que preside otros debates de mucha mayor trascendencia. Tan epidérmico y de conciencia parece este tema que los dos grandes grupos de la cámara, PSC y CiU, han dado a sus diputados libertad de voto; cosa que no se ha hecho en asuntos en los que realmente la conciencia sí debería jugar un papel fundamental. Pero así es nuestro país. Quienes no tenemos cultura taurina, difícilmente podemos ver en ese baile de muerte, que son los toros, el arte que le atribuyen los que sí la tienen. Y sentimos repugnancia ante la tortura de un animal inocente o ante el riesgo que corre la vida de un ser humano, por muy voluntariamente que se someta a ello.

Es cierto que otros animales sufren y son sacrificados por millones todos los días para convertirse en nuestro alimento (este es uno de los argumentos de los defensores), pero nadie paga por ver como sobrealimentan forzosamente por embudos a las ocas cuyos hígados untamos en tostadas, ni nos reunimos extasiados frente al chillido de una langosta cociéndose, o convertimos en espectáculo el sacrificio en los mataderos. Y es que es ese el verdadero y profundo sentido del no a los toros: que el sufrimiento, la tortura, el riesgo, el baile de la muerte en definitiva, se convierta en algo placentero para seres humanos con conciencia.

Otro tema es si el camino era el de la prohibición o, siguiendo la máxima de prohibir prohibir, dejar que la llamada fiesta nacional fuera perdiendo afición y feneciendo por poco rentable. También ese sería un debate posible. Yo, que como he dicho me siento muy alejada de esta cultura, sería partidaria de la prohibición por las buenas, como hizo Constantino con las luchas del circo, que también formaban parte de la cultura romana, y sobre las que hubo defensores acérrimos y detractores a ultranza. Los primeros también las veían como un arte y los segundos como una barbarie.

Pero el caso es que en este tema se han mezclado los sentimientos de los taurinos y los antitaurinos con el de unos políticos que quieren marcar diferencias, poniendo de manifiesto señas de identidad que nada tienen, o tendrían, que ver con el fondo del problema. Porque la tradición taurina en Cataluña ha estado históricamente tan asentada como en el resto de España. Y si no que se lo cuenten a José Tomás que logró que en su última corrida en Barcelona se pagasen las entradas en reventa a mas de tres mil euros.

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