MADRID 22 Mar. (OTR/PRESS) -
Los ciudadanos de Melilla llevan, desde el día de San José, como si les hubiera abandonado el "padre": sin teléfonos móviles, sin fijos y sin Internet. En realidad, quien les ha abandonado es la Compañía Telefónica que, con la cantidad de ganancias que acumula, sigue manteniendo un único cable submarino para conectar la ciudad con el resto de España.
Este cable se ha roto a tres millas de la costa y, pese al traslado urgente de enlaces móviles, es muy posible que los melillenses sigan incomunicados hasta el fin de semana; ya que el barco que debe trasladar el material que permita la reparación definitiva salió el martes de Marsella, debe hacer escala en Valencia para recoger material, y su travesía depende del estado del mar.
Insólito que en pleno siglo XXI una ciudad se pueda quedar incomunicada una semana a la espera de la llegada de un barco y que su cordón umbilical con la península dependa de un cable para el que no hay repuesto. Menos mal, y puede sonar chusco, que tampoco funcionan los móviles e Internet que son la principal línea de negocio de la compañía porque si se hubieran apagado solo los fijos la reparación hubiera sido todavía más lenta.
Los poco amantes de las modernas tecnologías pensarán que el drama no es para tanto. Seguro que lo entienden mejor si saben que la avería afecta al aeropuerto y sus comunicaciones, a la comisaría de policía, al hospital de la Seguridad Social y al Gobierno autónomo. Industria ha decidido abrir un expediente informativo a Telefónica y asegura que, una vez restablecidos los servicios, se analizarán las indemnizaciones para los usuarios. Esta bien que se recompense este desaguisado pero, la obligación de vigilancia de la Administración, debe ser en este caso y en una ciudad como Melilla especialmente exigente.
A muchas millas de la costa española los melillenses tienen más derecho que cualquier otra ciudad española a que las comunicaciones telefónicas funcionen sin averías ya que es un servicio público esencial y que debe estar garantizado por el Estado. Cabe preguntarse, a la vista de lo desasistidos que se sienten, si la reivindicación de la españolidad de las dos plazas norteafricanas es solo retórica o si los sucesivos gobiernos han entendido que la pertenencia a una Nación significa las mismas dotaciones, inversiones y derechos que las demás comunidades autónomas. Melilla es más que la última frontera con África y más que la valla que frena la inmigración ilegal.
Victoria Lafora.