Actualizado 08/11/2007 01:00

Antonio Casado.- El despacho de Gallardón

MADRID 8 Nov. (OTR/PRESS) -

Sostiene por escrito cierto cronista municipal que el mejor emplazamiento para el despacho del alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, hubiera sido el templo de Debod. Supongo al colega encantado consigo mismo por la sutileza de su alusión al faraonismo del alcalde. En vida, espero. Un despacho a título póstumo no se lo deseamos a don Alberto, ni siquiera entre las magníficas ruinas del templo de Debod, que hoy por hoy entierran, suplantan, ocultan y hacen olvidar otras ruinas más dolorosas, las del cuartel de la Montaña.

A lo que vamos. El alcalde madrileño está de mudanza. Desde el lunes pasado ocupa su nuevo despacho en la planta cuarta del Palacio de Comunicaciones, al borde de la plaza de la Cibeles. Casi ochenta metros cuadrados de aire minimalista, madera clara, cristal, color beige, paredes desnudas (solo dos pequeños cuadros de pintura moderna), una mesa de siete metros cuadrados, cinco sillones, dos sofás, las tres banderas reglamentarias, dos enormes ventanales... y un ordenador.

Uno no acaba de ver lo extraordinario de esa descripción. A la medida del ego de Gallardón, se dice en los medios informativos -no se habla de otra cosa estos días, también en la Prensa nacional- y, por supuesto, en medios políticos de la oposición. Ambos denuncian el elevado coste de la operación: 440 millones de euros. Y el hecho singular de que el nuevo despacho del alcalde Gallardón sea la dependencia más acabada de las que se están habilitando para trasladar al antiguo Palacio de Correos las oficinas de la Casa de la Villa, en el Madrid de los Austrias. Se espera haber completado la mudanza en el año 2009, pero desde este lunes ya se han instalado allí la Alcaldía, la Vicealcaldía y el Gabinete de Prensa.

Al señor Ruiz Gallardón se le quedó pequeña la Casa de la Villa cinco minutos después de ocuparla. La sed de poder es normal, y legítima, en un político. Eso se vio enseguida, cuando ya en 2003 pactó una permuta de edificios con el entonces ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro. Pero es la mencionada ambición lo que define su dificultad para desenvolverse dentro de unas hechuras limitadas es su nunca disimulada aspiración a llegar a lo más alto en el campo de la política.

Cada vez que lo insinúa se alzan voces recelosas dentro de su partido. Véanse los reflejos que despliega la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, cada vez que el alcalde reclama un puesto en las listas electorales, detrás de Mariano Rajoy, para tomar posiciones como diputado de cara a la inminente batalla de sucesión en el PP: empezará un minuto después de conocerse los resultados de de las próximas elecciones generales. Y esa es la única explicación al ruidoso, absurdo, destemplado y barato debate que ha desencadenado una reciente visita de periodistas, organizada por el propio Ayuntamiento madrileño, a las obras que aún se llevan a acabo en el Palacio de Comunicaciones y, al presuntamente faraónico -qué exageración- despacho del alcalde.

Antonio Casado.

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