MADRID 10 Ene. (OTR/PRESS) -
A nuestros políticos se les llena la boca diciendo que los terroristas no van a decidir la hoja de ruta de la vida política española, pero la verdad es que, una vez más, la ETA lo ha conseguido. A los hechos me remito: todo gira alrededor de las secuelas políticas que apareja el atentado de Barajas. Zapatero había diseñado un guión para el último tercio de la legislatura en el que tenía previsto acentuar la política de proximidad con el PNV, el Bloque y ERC. Con ellos de compañeros de viaje, según sus cálculos, podría habría sorteado con éxito las futuras citas electorales, aislando al Partido Popular. De ese aislamiento se resentía la política de los populares quienes a la espera de la decisión del Tribunal Constitucional sobre el recurso presentado contra el "Estatut" y con el llamado "proceso de paz" en marcha, habían centrado su estrategia en combatir la forma en la que el Gobierno estaba llevando a cabo los contactos con la banda terrorista.
El atentado del 30 D ha venido a darle la razón a Rajoy, pero la suya es una victoria amarga. Todos sabemos que Zapatero tenía derecho a intentarlo como antes que él lo intentaron Felipe y Aznar. Lo sabemos todos menos el afectado que un rasgo de soberbia no admite que andaba falto de información. Pero éso ya es leche derramada. Una vez fracasado, el problema ya no es cómo queda la credibilidad de Zapatero ante la opinión pública -"Quiero trasladarles mi convicción de que el año que viene estaremos mejor que éste"-, el problema es que los españoles seguimos estando amenazados por una banda terrorista. A partir de ahí nadie debería hurtar su colaboración para acabar con la ETA. Rajoy tendría que ser generoso, huir de la tentación partidista sería en estos momentos un verdadero acto de patriotismo. Por eso me ha entristecido observar que el encuentro del lunes en La Moncloa se saldó con un desencuentro.
A veces, uno siente la añoranza de países que no ha conocido y el rechazo de políticos a lo que conoce. Políticos incapaces de ver algo más allá de los pequeños intereses de su partido o de su figura.
Fermín Bocos.