MADRID 6 Oct. (OTR/PRESS) -
La sucesión de Pedro Sánchez al frente del Partido Socialista es algo que siempre provoca polémica, porque una parte de la realidad nos dice que el actual presidente del Gobierno y secretario general del partido no podrá seguir mucho tiempo ahí así: menudo otoño se le viene encima. Aunque la otra parte de esa realidad ha de fijarse en la increíble capacidad de resistencia del personaje, que parece inmune a los terremotos internos en su entorno y en el de su partido, que está sumido en la inmovilidad. La muerte de Fernández Vara, una figura histórica y dialogante, aunque nunca quiso situarse en una oposición clara al llamado 'sanchismo', ha disparado de nuevo las quinielas, para lo que valgan.
Se equivocaría Sánchez si pensase que las decenas de miles de manifestantes que tomaron las calles españolas este fin de semana en protesta contra la política 'genocida' -sí, a mí sí me lo parece-de Isreal en Gaza, son gente 'suya'. Fui a una de estas manifestaciones y estoy seguro de que quienes allí estaban se horrorizarían, en su mayoría, si se les alinease, así como así, con el PSOE (y más aún si se hiciese con el PP, claro, pero esa es hoy otra historia). Ni esos mayoritariamente jóvenes inquietos, ni el conjunto de la 'generación Zeta', a la que se considera falsamente adicta al populismo voxista, están ahora con los partidos 'clásicos', y menos con la actual forma de gobernar, tan lejana a una democracia pura y preocupada por el ciudadano.
"Vamos a echar bastante de menos a Guillermo", me dice mi interlocutor, socialista-de-toda-la-vida, refiriéndose a la muerte del ex presidente de Extremadura, Guillermo Fernández Vara. "Como echaremos de menos a Lambán", añade, aludiendo al también recientemente fallecido ex presidente aragonés. Hay un socialismo que se extingue, y que hoy está representado apenas por el presidente castellano-manchego, Emiliano García-Page y algunos dirigentes regionales aislados, entre los que yo siempre cuento al presidente asturiano, Adrián Barbón. A todos ellos los conocí, y conozco -con García Page realizaré un coloquio público en una semana-bastante, como conozco, claro, a los integrantes de otras organizaciones 'disidentes', ex altos cargos socialistas en su mayoría que no siempre gozan del aprecio, por cierto, de la militancia.
Ahora, la preocupación más inmediata de La Moncloa, dicen, es ganar las elecciones autonómicas y municipales en cuantos sitios sea posible. Grave error, por cierto, incluir a cuatro ministros/as en las cabeceras de otras tantas candidaturas regionales, Madrid, Valencia, Aragón y Andalucía. Porque, además de no ejercer sus ministerios, se contagian de la pringosa polémica que el Gobierno en conjunto arrastra, desde las 'chistorras' de Koldo (oh, Dios mío) hasta la conducta improcedente de la mujer del presidente, pasando por la dialéctica inocente-culpable que envuelve al fiscal general y que escandaliza a la parte de la ciudadanía española que aún conserva cierta capacidad de escándalo.
Creo, la verdad, que el PSOE no está de moda (no, el PP tampoco, pero ya digo que ahora eso no toca). Pero a Sánchez, aun con todo su desapego por las reglas de la democracia más severa, hay que reconocerle que mantiene su suelo de siete millones de votos, sea cualquiera la encuesta que lo valore: se mueve en escenarios favorables, tiene estrategia (a veces malévola) y se maneja bien internacionalmente, por mucho peso que haya perdido España en los foros exteriores.
No es suficiente para ganar, y menos cuando los 'socios' empiezan a despegarse, pero sí es bastante para, con o sin Presupuestos, competir. Y ya digo que, sin Lambán, sin Fernández Vara -que insisto en que tampoco ejerció una labor crítica demasiado explícita, pero tenía mejor talante--, con García-Page y Juan Lobato atados en corto, Pedro Sánchez se mueve como Fred Astaire en la pista de baile, entre una militancia que, guste o no guste a algunos 'clásicos' en el entramado más o menos socialista, por el momento le adora. No hay recambio, parece. Hoy, al menos.