MADRID 30 Nov. (OTR/PRESS) -
Vaya por delante que defiendo con uñas y dientes el derecho a manifestarse libremente. A gritar en contra de algo y hasta a quemar muñecos representando a alguien e incluso quemar banderas que los manifestantes estiman que no les representan. Todo ello pacíficamente, claro. Pero una labor de oposición, y se lo he escuchado incluso a gente del PP, no puede limitarse a salir a la calle con pancartas y sin siglas, por mucha que sea la gente que se manifiesta. Y por muy justificada que pudiera estar la protesta. Alberto Núñez Feijóo quiere alzar su voz este domingo sobre miles de personas congregadas ante el templo de Debod para, aunque sea "sin pancartas", ganar un poco más de protagonismo frente a un Pedro Sánchez que, para bien o para mal -ahora más bien esto segundo-, copa las portadas.
Lo importante es que hablen de ti, aunque sea a favor. Es algo que Sánchez sabe perfectamente, y multiplica sus presencias allá donde intuye que va a ser bien recibido, incluyendo la campaña en Extremadura, tan polémica. Feijóo tiene que improvisar una manifestación con apenas tres días de antelación, incluso sabiendo que estos actos masivos hay que prepararlos con tiempo para evitar resbalones, y más si Vox está metiendo la cuchara en ese acto. Porque Vox sigue siendo el gran problema para el PP. Vox y, claro, Sánchez, contra quien oponerse es tarea hercúlea que el PP no siempre afronta con éxito.
Sé que Feijóo anda negociando como puede y con quien puede -ahora con la patronal catalana para que empuje a Junts a apoyarla-la presentación de una moción de censura contra el Gobierno socialista. Me parece que es bastante la gente que susurra al presidente del PP y líder de la oposición que debe presentar esta moción contra Sánchez "y su desgobierno". Esa sesión, que seguramente perdería el PP -Puigdemont y Junts, y también algo el bifronte PNV, siguen siendo los árbitros de lo que pasa y no pasa en este país nuestro--, sería ahora necesaria no tanto para derrocar a Sánchez cuanto para convertirla, de hecho, en una suerte de ese debate sobre el Estado de la nación que el Gobierno se resiste, pese a sus promesas, a convocar.
España necesita un debate a fondo, no un duelo a garrotazos, para saber dónde estamos y hacia dónde debemos caminar. Es un clamor la llamada ciudadana al consenso entre las principales fuerzas políticas, abrir un nuevo periodo político, quizá constituyente, cerrar el peor pasado con una reconciliación que se hace cada día más difícil. Incluyendo quizá el retorno libre del fugado de Waterloo, mal que nos pese. Esa es la oferta que Feijóo, dicen algunos incluso en su partido, seguramente debería lanzar, junto con un programa de Gobierno creíble e integrador, en un debate parlamentario de esas características; convencer a los españoles aun cuando no se venza al Gran Resiliente.
Más dura será la caída del mentado Resiliente, preocupadísimo con lo que se pueda estar gestando en una celda de Soto del Real, dicen. Pero puede que, para entonces, ya sea tarde. No quiero, claro que no, actuar como agente desmovilizador de manifestación alguna, pero dudo mucho de que unos cuantos miles, ponga decenas de miles si quiere, de personas en la calle haga variar el rumbo loco de la nave del Estado. Me parece que el giro de timón tiene que ser mucho más profundo. Llega la hora de jugársela.