Publicado 17/04/2022 08:01

Fernando Jáuregui.- Trampas para cazar políticos

MADRID, 17 Abr. (OTR/PRESS) -

La peor trampa en la que puede caer un político es renunciar a la utopía. Ser tímido en sus propuestas, no vaya a ser que le llamen visionario y se lo lleve un carro de fuego como al profeta Elías. Lo digo, claro, porque una de las escasas ideas que se han rescatado estos días de pasión y vacaciones ha sido, por parte de Núñez Feijóo, la de que habría de gobernar el representante de la lista más votada, en lugar de afanarse los partidos mayoritarios en alianzas con extraños compañeros de cama que ni les convienen a ellos ni convienen al país (y sí, de esos incómodos parásitos de viaje de PSOE y PP hablo, desde luego). Pero ocurre que mal vamos cuando quienes deberíamos alentar la utopía tampoco creemos en ella.

Mi amigo y admirado compañero Ignacio Camacho, tocado de un incurable senequismo andaluz --¿sería preciso curarlo? Seguramente, no-- piensa, por ejemplo, que eso de la segunda vuelta para que gobierne el más votado es una buena idea condenada a la melancolía, y señala a Pedro Sánchez como el presuntamente culpable de instalarnos en tan triste estado de espíritu. Y aquí es donde se colocan las trampas para cazar políticos: cuando estos abandonan esas buenas ideas como algo imposible de realizar, bien porque temen que el de enfrente no las secunde, bien por desconfianza en sus propias fuerzas para llevar adelante una iniciativa. Y los medios, instalados algunas veces en un realismo posibilista de corto alcance, podemos llegar a ser cómplices de muchos vuelos excesivamente rasantes precisamente porque se nos antoje que lo que nos parece imposible realmente lo es: 'yes, we can', el eslógan que llevó a Obama al triunfo, es ahora, más que nunca, de muy conveniente utilización.

Sé que Feijóo, que es la nueva estrella en este firmamento político tan frecuentemente poblado de nubarrones que nos impiden ver el sol, anda preparando un papel de propuestas que presentar --que no es lo mismo que tirar a la cara-- a Pedro Sánchez en un nuevo encuentro, que complemente y anime el primero, de tres horas no del todo narradas, que tuvieron hace dos semanas. Nadie somos los periodistas para andar dando consejos que no nos piden y que seguramente no estemos del todo capacitados para andar regalando; pero permítaseme decir que mal haría el nuevo líder de la oposición recortando expectativas de acuerdos, temeroso de las dobleces del interlocutor. Y peor aún dejándose cazar en la 'trampa' en la cayó Casado: acudir al mal salón de esgrima para un combate permanente que a nada lleva.

Bastantes trampas tiene que sortear el político --las peores, las que se tiende a sí mismo: hay quien cae en su propia trampa para elefantes, con perdón-- como para andarse con remilgos timoratos con la que está cayendo: aquí, como te descuides, te cazan con cualquier pretexto, sea el de las comisiones de las mascarillas de dos golferas o bastante peor que golferas, 'affaire' en el que dudo mucho de que tenga la menor relación el alcalde de Madrid, o sea no sé ya qué asunto del hermano de la presidenta madrileña, cuestión de la que ya nadie se acuerda. Trampas por doquier ¿verdad, Cristina Cifuentes?

Creo, porque quiero creer, en la básica honradez de la mayor parte de nuestra clase política. En lo que no creo es en su probidad moral para desligarse de afanes electoralistas y pensar en el bien de la ciudadanía. En ese dilema, ahora que llegan unas muy importantes elecciones andaluzas, anda Feijóo y debería andar Pedro Sánchez. Su próximo encuentro no puede consistir en tres horas perdidas o que se nos presentan casi como tales. Ni en un mero cruce de papeles que luego ni se leen. Acabó la Semana Santa en medio de pesimistas previsiones para el futuro inmediato ¿Qué más tiene que pasar --y repito lo que le oí a Pedro Sánchez-- para que las cosas se hagan de otro modo, para que abandonemos los viejos clichés que nos hacen tan prescindibles, tan de tropezar cien veces en la misma piedra?