Publicado 02/08/2021 14:08

Francisco Muro de Iscar.- Escuela de vendedores ambulantes

MADRID, 2 Ago. (OTR/PRESS) -

Hace casi exactamente catorce años, un presidente de Gobierno socialista, José Luis Rodríguez Zapatero, de ingrato recuerdo porque de sus barros vienen muchos de los lodos que estamos pisando como país, afirmó que "España está en la Champions League de la economía mundial", poco antes de una de las peores crisis económicas de la historia. No era solo una frase de marketing, porque Zapatero afirmó incluso un año después, cuando ya todo el mundo veía lo que se nos venía encima, que "no hay atisbos de recesión económica" y como visionario no tuvo precio: "la crisis es una falacia, puro catastrofismo" o "la desaceleración no va a ser ni larga ni profunda". Zapatero vendía dicha sin fin para todos, como cualquier vendedor ambulante. Ahora el presidente Sánchez, pleno de espíritu olímpico, se ha colgado a sí mismo la medalla de oro, afirmando que nadie mejor que nosotros en la campaña de vacunación, en la recuperación económica y en el cumplimiento de su programa. Más vale decir tú lo que quieras a que a alguien se le ocurra analizar los datos que desmienten el triunfalismo, empezando por ser el país con mayor tasa de infectados. Un superhéroe.

Estamos en la España "multinivel", otro invento de Sánchez, que significa que Cataluña y el País Vasco negocian bilateralmente con el Gobierno y no acuden a las reuniones de presidentes si no han recibido antes la paga extra correspondiente y que las demás autonomías, incluidas las de gobierno socialista, se reparten lo que queda, una vez que el Gobierno de la nación haya decidido para qué les da el dinero que concede Europa. Eso se llama "cogobernanza", otro invento de Sánchez-Redondo para disfrazar la realidad. Lo hemos visto en la desescalada de la pandemia. El Gobierno se lava las manos, pasa la responsabilidad a las comunidades autónomas, que no disponen de instrumentos para el control, obliga a los jueces a pronunciarse y crea un problema de inseguridad jurídica que confunde a los ciudadanos, hunde a las empresas, complica la labor de las fuerzas de seguridad y retrasa la vuelta a una mínima normalidad. Hoy, como dijo el sociólogo alemán Zygmunt Bauman, nuestra única certeza es la incertidumbre.

Pero no voy a eso. Ya se sabe que lo mejor que puede hacer un maestro es crear discípulos brillantes. Sánchez tiene uno excelso, el presidente cántabro Miguel Ángel Revilla, el mismo que da lecciones de ética a todo el mundo y que ha sido pillado comiendo y fumando en un reservado, saltándose sus propias normas. Revilla autorizó la apertura del ocio nocturno hasta las seis de la mañana cuando todas las autonomías lo mantenían cerrado o con límites. Impuso el toque de queda y restricciones, pero cuando su Gobierno vio que las cosas empeoraban, decidió exigir pasaporte Covid y cerrar el interior de la hostelería en pleno agosto -medida que tampoco ha tomado ninguna otra autonomía- y trató de quitarse de en medio diciendo que la medida "no me gusta y me gustaría convencer al consejero de Sanidad de que busque otras alternativas". Con Sánchez como con Revilla, un gran discípulo, la culpa siempre es de otros. De la oposición, por supuesto, en primer lugar, pero incluso de su consejero de Sanidad. La clausura de esos establecimientos la ha tumbado en solo seis horas el Tribunal Superior de Justicia de Cantabria, pero el mal y el desconcierto de los afectados es total. Y muchas reservas hoteleras se caerán en Cantabria por la inseguridad generada por su propio Gobierno. Como sucede en España. En la promesa de dicha sin fin para todos los sectores y para todos los españoles y todos los cántabros, estos dos vendedores ambulantes que son Sánchez y Revilla se dan la mano.

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