MADRID 18 Dic. (OTR/PRESS) -
La tierra no es, contra lo que se pretende, un solar, y mucho menos un solar absolutamente edificable. Los arroyos, las dunas, los cerros, las vaguadas, los oteros, las escarpaduras, los lagos, los desiertos, los humedales, los valles, los bosques o las praderas existen por alguna razón, seguramente por alguna razón anterior al hombre, y son piezas fundamentales, cada una de ellas, de un mosaico, el de la vida, que ha de lucir entero, íntegro, según su particular disposición y su propia lógica. La repugnancia que a todo espíritu lúcido y sensible provoca el proyecto de construir un emporio de casinos, hoteles, autovías y mamarrachadas de cemento en el desierto de Los Monegros, no nace de un vago ecologismo, ni de una ciega resistencia a la modernidad y al progreso, sino de la convicción racional de que se trata de un gravísimo atentado contra la tierra y contra un patrimonio que, heredado de nuestros mayores, debemos legar íntegro, cuando no mejorado y acrecido, a nuestros descendientes.
Con la complicidad de unos políticos zotes, que sólo piensan en clave dineraria y electoralista, o sea, que no piensan, se pretende despojar a Aragón, a España, al mundo, de un trozo que, si bien no produce mucho dinero, ni ofrece un paisaje particularmente almibarado, no pertenece en propiedad a nadie, pues pertenece, tal como es, a todos. Se quieren apropiar de él, con el refrendo de unas leyes hechas a la medida de sus intenciones y con la entusiasta adhesión de los cegados por la codicia, los reyes de mambo y de las casas de vicio, de suerte que allí donde ha corrido el aire desde que nos alcanza el recuerdo, se quiere que corra, corruptor y desbocado, el dinero. Que se quiera "vender" semejante proyecto, además, como una irrepetible e irrechazable ocasión de prosperidad para la zona, como si ese territorio fuera una anomalía de la naturaleza y de la realidad que al fin va a corregirse, constituye, por lo demás, un extra, un plus, del ya descomunal atentado.
Rafael Torres.