Publicado 16/09/2021 08:01

Rafael Torres.- Nucleares y fruterías

MADRID, 16 Sep. (OTR/PRESS) -

Uno creía, en su ignorancia, que a las centrales nucleares les pasaba lo mismo que a los Altos Hornos, que no se podían parar así como así, pero se ve que se puede, o, cuando menos, tal es la amenaza que las eléctricas han dirigido al Gobierno de la Nación no bien conocieron los detalles de su plan de choque para abaratar la desmadrada factura de la luz. Pudiera ser, sin embargo, que semejante respuesta se debiera a un calentón ante la súbita perspectiva de dejar de ganar más dinero mientras las familias lo pierden, y que hoy, algo más sosegadas, hayan optado, si no por la reflexión, por moderar su levantisca actitud inicial.

Al conocer los detalles del plan gubernamental para impedir que varios millones de españoles vayan a pasar frío este invierno, o que los niños vuelvan al colegio con lamparones en la ropa por no poder sus padres poner las necesarias lavadoras, al conocer esos detalles, digo, las eléctricas los han discriminado enseguida, y unos les parecen muy bien, y otros absolutamente intolerables. Los primeros, los que tienen que ver con la rebaja o supresión de los impuestos estatales que gravan el recibo, les parecen de perlas, sin que el hecho de que ello suponga un fuerte menoscabo de los recursos públicos aminore su entusiasmo, pero los otros detalles, los relativos a una pequeña merma en sus astronómicos beneficios a fin de contribuir solidariamente a la bajada del precio de la luz, esos les han llevado a la desesperación.

Así están las cosas, en ese desigual forcejeo entre el interés general y los intereses corporativos, en tanto el precio de la luz sigue disparándose y, con él, la inflación, esa cosa que consiste en que los precios de todo se inflan mientras los salarios, flacos de suyo, se van desinflando. Pero en medio de éste despropósito que compromete la recuperación económica del país y el alivio de los ciudadanos tras las fatigas de la pandemia, a uno le sigue llamando la atención lo de cerrar de pronto, así, en plena rabieta, las centrales nucleares.

Pese a su apariencia de chascarrillo, la respuesta de la ministra Teresa Ribera a la amenaza esconde una reflexión muy seria, tan seria que no parece cosa de ministros: "Las nucleares no se pueden cerrar como si fueran tiendas de caramelos o fruterías". Tampoco, antiguamente, los Altos Hornos, ni tampoco cerrar una cuenta de resultados fantástica a expensas del sufrimiento de la ciudadanía.

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