Oscar Gómez (OTR/PRESS)
Disfrutar del trabajo es un privilegio. Y se disfruta del trabajo cuando la vida te permite (siempre que tu también te empeñes en ello) que puedas avivar esa chispa que un día te enciende los ojos y te pega un calambrazo en el cerebelo -esa a la que algunos llaman vocación-, hasta que se convierta en un hermoso incendio que te llena la existencia tan solo con su contemplación.
Si señor, es un privilegio conseguir hacer lo que de niño soñaste hacer, y vivir de ello. Yo soy uno de esos privilegiados.
Nací en La Habana en milnovecientos.com, como decía siempre mi adorada Celia Cruz, y en el cine 23 y 12 del Vedado, en la década de los 50, junto a mi querido viejo, sentí cómo se prendió la chispa, mientras asistía a una matinal de “South Pacific”.
Aquello que me pasaba mientras Mitzi Gaynor y Rossano Brazzi cantaban y se besaban probablemente yo aún no sabía definirlo, pero sin duda eran emociones: alegría, mientras aquel potente coro de marineros cantaba “There is nothing like a Dame”; ternura, cuando Brazzi interpretaba “Dites Moi” junto a aquellos inolvidables y maravillosos niños asiáticos; miedo y tensión cuando estallaba la inevitable guerra; tristeza casi lacrimógena mientras la Gaynor despedía a su amado y alegría con sonrisa de oreja a oreja al ritmo de “Happy Talk” o “Honey Bun”. Emociones. Yo tenía que hacer eso en mi vida: crear emociones para mi y para los demás.
Después, la ansiada Revolución, que en poco tiempo se convirtió en la maldita Traición, me mandó al exilio para siempre junto a mi familia, cuando apenas había cumplido los 12 años.
Pero ya la chispa había hecho combustión y ardía con un pequeño pero persistente hilillo de humo entre las ruinas de nuestras vidas (las de mi padre, mi madre, mi abuela, mi tía y mi hermano menor) en otro país, en otra ciudad, lejos de todo lo que éramos y amábamos.
Pero como dice mi Willy, “...de mi nueva ciudad tomé su abrigo, pues la resignación es fiel amigo del hombre, cuando tiene que emigrar”, crecí y la brasa creció conmigo hasta transformarse en la llama que definitivamente me impulsó a desear convertirme en artesano de emociones.
Así me gusta llamarnos a los que trabajamos con intangibles como la música, la poesía y las ideas, con el objetivo de hacer sentir sensaciones placenteras a los receptores de nuestro trabajo.
Y me puse a ello mientras estudiaba en la universidad para nunca llegar a ser médico, porque la mencionada artesanía me hacía sentir pleno.
Mi viejo, el que me llevó al cine por primera vez en 23 y 12, era médico y amaba y practicaba la música -fanático de Gene Krupa- tocando la batería en las noches habaneras.
Una madrugada, cuando volvió a casa después de una de esas gloriosas “jams” que me contaba, mi abuelo lo estaba esperando detrás de la puerta.
- ¿Usted va a ser médico o músico?
- Médico- le contestó mi padre sin dudarlo
Y esa noche, “murió un músico y nació un médico” me seguía contando cuando yo alternaba las clases en la Facultad de Medicina de La Complutense con escapadas secretas a tocar en los garitos del Madrid de finales de los 60.
Mis devaneos entre Anatomía y Garitos eran secretos porque mi viejo, el galeno, quería que yo siguiera sus pasos.
Pero una noche se enteró de que iba a tocar mis artesanías en un local de la Ciudad Universitaria y se infiltró en el público.
Yo tenía entonces 19 años y quise que la tierra me tragara cuando al final del concierto vi cómo mi progenitor se acercaba al escenario y subía para agarrar un micrófono y dirigirse al respetable...
Le contó con lujo de detalles el diálogo con mi abuelo agazapado tras la puerta treinta y tantos años atrás en la isla y terminó sentenciando: “esta noche ha muerto un médico y ha nacido un músico”.
Él siempre hablaba de la vocación como motor esencial en la vida de cada persona y, bendito sea, me dio el último empujón para seguirla.
Y aunque nunca perseguí la gloria ni dejar en la memoria de los hombres mi canción, me puse a ello...
Así se escribe pues, mi insignificante historia y cómo llegué a convertirme en un artesano de emociones, formar una familia, y tener estabilidad y equilibrio durante casi toda mi vida.
Casi, sí, casi; porque todo cambió de forma radical cuando la tecnología y el desprecio por la propiedad intelectual invadieron el pensamiento de las nuevas generaciones del siglo XXI. Pero, como dijo Billy Wilder en boca de Moustache, esa es otra historia.
Ahora ya sabes, estimado lector, a quién has leído y, entre líneas, cómo pienso (más o menos) y de qué voy; así que puedes decidir si vas a leer o no Artesanos de Emociones 2 aquí y en breve. Tengo unas cuantas ideas e historias más en torno a ese concepto, que son muy reveladoras y que me apetece contar.
Oscar Gomez es autor, compositor y productor artístico, miembro de la Junta Directiva de los Latin Grammy