Menorca, un museo al aire libre

Taula De Torralba
EUROPA PRESS

Existe un lugar en el Mar Mediterráneo donde el agua sigue siendo clara y cristalina, donde un temido viento al que llaman Tramontana hace doblar la espalda a los acebuches, donde nace una cueva en la roca, colgada sobre el mar, donde existe una ruta para caballos, una senda secreta que bordea toda la isla, donde es posible trasladarse a los lejanos tiempos de la Edad de Bronce y pasear por los antiguos poblados de tan lejanos antepasados. Esa isla es Menorca.

Desde el extremo más oriental del archipiélago balear, a lo largo de los casi 48 kilómetros que la recorren, la isla de Menorca nos espera, cobijada al amparo de la mayor promoción turística de Ibiza y de la preeminencia de su hermana mayor, Mallorca.

Menorca es todo un museo al aire libre, un museo de la prehistoria. La Edad del Bronce (1.600 -200 a.C. aquí) dejó su huella en la isla a través de la denominada como 'cultura talayótica' y sus colosales monumentos megalíticos.

Muchos han sido los pueblos y los marineros que llegaron a Menorca. Se cree que fueron los fenicios quienes la nombraron como 'Nura', derivado de 'Nur', que significa 'fuego', debido a las numerosas hogueras que veían en sus costas. En el siglo V a.C. los griegos la llamaron 'Meloussa' ('Isla del Ganado'), y en ese mismo siglo los cartagineses pasaron a dominarla militarmente. No se sabe a ciencia cierta si fueron fenicios o cartagineses quienes fundaron las ciudades más antiguas de la isla, Jamma (Ciutadella), Maghen (Maó) y Sanisera.

Romanos, vándalos y bizantinos fueron sus siguientes visitantes, antes de que a principios del siglo X las Baleares sucumbieran a la expansión del Islam, y pasaran a depender del Califato de Córdoba. Los musulmanes fortificaron Ciutadella y Maó y dividieron la isla en cuatro distritos, regidos por 'sahibs' o prefectos: Hasmaljuda, Bini-Saida, Bini-Fabini y Alscaions.

El siglo XVI estuvo marcado por los asaltos de los turcos de 'Barba Roja' y la conocida como 'Desgracia de Ciutadella' en la que murieron y fueron apresados numerosos menorquines. Antes de que pasara a ser un enclave estratégico disputado por franceses e ingleses aún tuvo Menorca que soportar nuevas calamidades en forma de plagas, sequías y la temible peste.

Su importancia estratégica, el puerto de Maó y la fortaleza de San Felipe convirtieron la isla en un hervidero durante el siglo XVIII con constantes batallas y disputas entre ingleses, franceses y españoles. Fueron los ingleses quienes trasladaron la capital de Ciutadella a Maó y fue en el Tratado de Amiens, de 1802, cuando Menorca pasó a formar parte del Estado español.

La isla

Las playas de Menorca

No es exagerado situar las playas de Menorca entre las mejores de Europa. El litoral menorquino nos ofrece joyas como Cala Galdana, Arenal d'en Castell o Son Bou, algunas de las más largas, conocidas playas de la isla. Pero junto a las grandes, se encuentran muchas más, como Punta Prima y Cala Blanca, Son Saura y Sant Tomàs.

La Cova d'en Xoroi

Si hay un rincón rodeado de magia y leyenda en la isla, ese es esta imposible cueva, encaramada sobre el mar, en un capricho de la roca, del barranco que mira al mar, a pocos metros de Cala'n Porter.

Reserva de la biosfera

El 7 de Octubre de 1993, la UNESCO reconocía los valores y características medioambientales de Menorca y la declaraba Reserva de la Biosfera, atendiendo a la armonía entre el desarrollo humano y la conservación del medio ambiente. Desde el característico y arqueado acebuche por los rigores de la Tramontana son muchas las especies vegetales y animales características de la isla menorquina. Además, en 1995, la zona de s'Albufera des Grau, Illa d'en Colom y Cap de Favàritx fue declarada Parque Natural para su especial protección.

Maó

Capital de la isla desde la dominación inglesa en el siglo XVIII, se trata de una pequeña y tranquila ciudad con varios puntos de interés. En primer lugar, la iglesia de Santa María, que data de 1287, pero que fue reconstruida en 1748 en estilo neoclásico, con una sola nave y un monumental órgano. También de este estilo arquitectónico es el Ayuntamiento de la ciudad, de orden dórico. El Palacio de la Casa de la Cultura, las iglesias del Carmen y de San Francisco y el Ateneo Científico, Literario y Artístico son otras de las opciones que propone Maó. Y en el centro, la Explanada, plaza y lugar de encuentro de la ciudad.

Pero nada se comprende en Menorca sin contar con el mar, y Maó no es una excepción. El puerto es el lugar más cautivador que esconde la ciudad. Perdida hoy su importancia para la guerra y el dominio del Mediterráneo, numerosas calas se suceden a lo largo del litoral en esta zona, desde Calafiguera a cala Rata y cala Llonga, desde cala Fonts a cala Corbs. En el interior del puerto se encuentran además cuatro islas: el Lazareto (donde confinaban a los leprosos y enfermos para evitar el contagio en la isla), la de la Cuarentena, la de Pinto y la del Rey o el Hospital.

Ciutadella

Junto a Maó, ha sido la otra capital de la isla. Ciutadella, de empedradas calles y soportales de arcos apuntados, está organizada en torno a su Catedral, no terminada hasta 1362 y construida, parece ser, aprovechando el solar y una parte de la mezquita árabe. La Catedral de Ciutadella ha necesitado ser reconstruida en diversas ocasiones. Dignas de verse son también las iglesias de San Francisco de Asís, San Agustín y la del Rosario.

Además de la catedral, Ciutadella presenta una hermosa colección de palacios señoriales, presididos por los escudos de armas de las familias nobles de la ciudad. El Palacio de los duques de Almenara Alta, el Palacio del Conde de Torre Saura, en la plaza del Borne, el Palacio de los barones de Lluriach, el de Squella o el de los Saura son algunos de los ejemplos de estos solemnes caserones. Y como no, el puerto, uno de los más vivos de la isla, por donde pasear un buen rato junto a las atracadas barcas y sus muchos puestos.

Binibeca

En el municipio de Sant Lluis nos encontramos con uno de los rincones con mayor encanto de la isla. Sant Lluis está diseminado en un conjunto de calas y caseríos. En Binibeca encontramos ambos elementos, en lo que es hoy una turística urbanización. Binibeca es una colección de pequeñas, isleñas, blanquísimas casas, mezcla de estilo ibicenco y moruno, comunicadas por diminutos callejones, inesperadas callejuelas que pueden no sobrepasar el metro de anchura.

Mercadal

En el mismo corazón de la isla, se halla esta villa de origen incierto, descubierta por los catalanes que formaban el ejército del rey Alfonso III como Pobla de Mercadal. Por su céntrica situación Mercadal se convirtió a menudo en el lugar elegido para tratar los asuntos que concernían al gobierno de la isla. En la zona de mejor tierra de Menorca, es una localidad dedicada mayoritariamente a la agricultura. En ella podremos degustar algunos de los más ricos productos de la repostería local: los 'amargos', los 'carquinyols' y los dulces de yema de huevo.

Sant Lluis

Este núcleo urbano fue fundado por los franceses en el siglo XVIII durante su ocupación. Su iglesia, de fachada neoclásica, se encuentra rodeada por los cubos de los antiguos molinos de viento de la ciudad. Destacan también sus torres de defensa, como la de Binifadet, calas de su litoral como Alcalfar, donde desembarcaron por vez primera las tropas inglesas en 1708, S'Algar y Punta Prima. Y frente a la costa, la Isla del Aire, poblada por las rarísimas lagartijas negras.

Ferreríes

En la ruta de Maó a Ciutadella, más cerca de la segunda, al abrigo del monte de S'Enclusa y arrebujada en la falda de San Telm, hallamos esta localidad, la más elevada de Menorca sobre el nivel del mar. Su gran tesoro es una de las mejores y más bellas playas de la isla, Cala Galdana, donde desemboca un vivo arroyo tras recorrer el frondoso barranco del Algendar. En sus proximidades se encuentran también las calas de Calderer y Trebelúger.

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