Por Javier Carrión
Innsbruck, enclavado en el corazón de los Alpes, es un auténtico paraíso para los aficionados a los deportes de invierno. En la cumbres más elevadas de la capital del Tirol, situadas a más de dos mil metros, el visitante puede esquiar con facilidad -gracias a los 80 funiculares y remontes operativos en las montañas cercanas a Innsbruck-; tomarse, por ejemplo, una cerveza fresca al aire libre presenciando una exhibición de snowboard o "freeskiing" -la última modalidad importada de Estados Unidos que arrasa entre los aficionados al esquí- al borde de una "pista negra" de Nordpark/Seegrube; saborear en primera persona una aventura a casi 100 kilómetros por hora, como si se tratara de una "bala humana", subido en un bobsleigh por 30 euros o, si es un poco menos atrevido, disfrutar de un largo y divertido descenso en trineo, aunque no se tenga la más mínima experiencia sobre la nieve.
Todo esto y mucho más se puede disfrutar en una región europea que respira por todos sus poros a nieve. No en vano aquí se celebraron dos ediciones de los Juegos Olímpicos (1964 y 1976) -lo que llamamos en España popularmente Olimpiadas blancas- e Innsbruck mantiene su potencial de infraestructuras deportivas que ha mejorado, incluso, en los últimos años. Pero en esta inusual estación invernal los más remisos a subir a las elevadas cumbres alpinas han sido curiosamente los nativos de esta ciudad que fuera hace 500 años el "capricho" de los Habsburgo. Acostumbrados a respirar el ambiente romántico de la ciudad del "tejadillo de oro" en invierno y a "ahogarse" entre la nieve, su medio de vida natural durante siglos, prefieren esperar un radical cambio meteorológico y a veces olvidar sus penas en los numerosos refugios de las montañas próximas que sirven comida tradicional y una rica y helada cerveza. Los extranjeros, en cambio, siguen llegando.
Norteamericanos, australianos, italianos -la frontera está a poco más de 30 kilómetros- y sobre todo alemanes -Tirol recibe más de 7 millones de turistas germanos anualmente- se acercan a gozar de estas pistas deportivas y de la exquisita gastronomía y amabilidad de los tiroleses. Los españoles se acercan también hasta esta región, pero tradicionalmente nuestro público prefiere los pastos verdes y las montañas sin nieve en verano.
Y los españoles no toman esa decisión porque no falten alicientes de todo tipo en la oferta "blanca" del Tirol. Si decidimos subir, por ejemplo a Kühtai, el pueblo más alto de Austria (2.020 metros), a solo veinte minutos en coche de la ciudad, no solo se puede esquiar en este bellísimo y casi intacto glaciar o probar en una excursión con raquetas de nieve por un idílico entorno natural. También podemos conocer al mismísimo bisnieto de Sissi y el emperador Francisco José I. El conde Karl de Stolberg- Stolberg decidió revitalizar este antiguo pabellón de caza, casi sumergido en un "mar de nieve", en 1952, transformándolo en un coqueto restaurante y hotel de cuatro estrellas con "alma aristocrática", según las propias palabras del dueño.
Las 37 habitaciones decoradas en madera, siempre con un gran crucifijo en su interior y con unas puertas de acceso asombrosamente pequeñas -que el propio conde atraviesa con dificultad por sus más de 190 centímetros de estatura- guardan un encanto especial, "muy al estilo de los paradores españoles", comenta el aristócrata que suele residir aquí hasta en abril para pasar el verano en su casa de Salzburgo, su ciudad favorita en Austria. Karl de Stolberg- Stolberg no conoce en persona a los miembros de la familia real española, pero nos dice al terminar la visita que estaría encantado de recibir a los Príncipes de Asturias.
Tras abandonar el pabellón de caza de Kühtai, lo más aconsejable es acercarse a cualquiera de los refugios próximos a las cumbres para tomar un refresco o un café "expressso" y deslumbrarse con unas fantásticas visitas panorámicas de la cordillera alpina. Hay que terminar la excursión descendiendo en un tradicional trineo de madera. Se pueden alquilar en los mismos refugios o en las tiendas deportivas del pueblo a un precio muy asequible, 4,50 euros por persona en Kühtai, pero al que le guste este tipo de descensos tiene 95 kilómetros de pistas a su disposición en esta región y algunas de ellas se utilizan por la noche al estar iluminadas.
Las emociones más fuertes nos esperan en Igls, uno de los 25 pueblecitos que rodean Innsbruck. En esta pequeña aldea de campesinos tiroleses, con humildes casas adornadas con pinturas religiosas y árboles frutales y otras más señoriales con un llamativo campanario en sus tejados (servían para avisar a los habitantes de las fuertes tormentas de antaño), se encuentra la única pista de bobsleigh del Tirol.
La instalación está destinada a los profesionales del bob, luge y esqueleton, pero los curiosos más atrevidos, siempre protegidos por un casco, pueden sentir el vértigo de ser una auténtica "bala humana" en el canal helado de Igls. La experiencia dura un minuto, lo que tarda el vehículo en cubrir 800 metros con toboganes, descensos y curvas en zig-zag escalofriantes, pero no dejará indiferente a nadie, sobre todo para los españoles que solo sabemos de esta electrizante modalidad deportiva por las andanzas de Alberto de Mónaco en cinco ediciones olímpicas defendiendo los colores de su Principado.
De regreso a la capital, siempre protegida por sus cumbres nevadas y dotada en su interior con varias pistas de hielo y dos pabellones olímpicos, vale la pena hacer un "parón deportivo" y descubrir uno los cascos antiguos más bellos de Europa, la ciudad que cautivó, primero, a Maximiliano y siglos después a la emperatriz María Teresa de Habsburgo.
No perderse en Innsbruck
La Iglesia de la Corte. Mausoleo del emperador Maximiliano I. Su atracción principal son las 28 estatuas de bronce de tamaño sobrenatural que representan la familia del emperador.
El Tejadillo de Oro. Un balcón de gala con tejas doradas que es el símbolo de la ciudad. En el casco antiguo de la ciudad.
El trampolín de Saltos Bergisel. El más famoso de Europa. Está enclavado en un lugar emblemático donde los tiroleses lucharon por la independencia en 1809 contra los franceses. La Pista de saltos de esquí fue construida en 1925 y ampliada con motivos de los Juegos Olímpicos de 1964 y 1976 y renovada en 2002. Vale la pena tomar una copa o un café en el restaurante panorámico del Café Im Turm, acondicionado en la cúspide del trampolín a 43 metros de altura. La vista es espectacular.
Mundos de Cristal Svaroski. Situado a 20 kilómetros al este de Innsbruck en Wattens, es el museo más visitado de Austria después del Palacio de Schönbrunn en Viena. El cristal visto por diferentes artistas internacionales fascina.
Más información: http://www.innsbruck-tourism.at/