La semana pasada quedé con unas amigas para merendar. En un momento de la tarde, mientras reíamos, tuve una sensación de seguridad y comodidad de la que pocas veces era consciente. Me encontraba en un espacio seguro, donde compartir mis pensamientos e inquietudes sin miedo al juicio, a las miradas o a las malinterpretaciones. En ese momento, se creó un espacio de hermandad y entendí la palabra sororidad, terminó utilizado por primera vez por la académica mexicana Marcela Lagarde, que se refiere a la suma y a la creación de vínculos como fórmula para entender que cada una de nosotras es un eslabón de encuentro con muchas otras.
Desde que he sido pequeña he visto la vida como mujer. De niña en el colegio me levantan la falda del uniforme y si jugaba al fútbol era un 'marimacho'. De joven me han tocado el culo en una discoteca sin mi permiso y de adulta he visto como en los puestos de responsabilidad, la mayoría de las veces, solo había hombres. He vivido en primera persona que invadan tu espacio personal y tu cuerpo sin permiso y a día de hoy, sigo mirando hacia atrás si vuelvo de madrugada a mi casa o me pienso mucho pasar por una calle oscura, teniendo la sensación de estar alerta siempre.
A lo largo de la historia, las mujeres seguimos viviendo situaciones de discriminación en un sistema que nos ve como inferiores y subalternas, cuestionando continuamente nuestra valía y obligándonos a demostrar constantemente que somos apropiadas y válidas para ocupar aquellos espacios que se salen del hogar y los cuidados.
Vienen a mi mente todas las mujeres que han pasado por mi vida, y que de algún modo han dejado huella en mí. Cuando pienso en sororidad, pienso en todas aquellas mujeres que han luchado día a día. Todas las mujeres que son hermanas, madres, hijas, amigas, compañeras* Todas las mujeres que son luz para otras mujeres en un pacto mutuo de hermandad. Mujeres que te sostienen. Mujeres que deciden ser madres, o que deciden no serlo. Mujeres que han huido de sus países por haber sido discriminadas por su raza, religión u orientación sexual. Mujeres que han nacido en otros cuerpos con los que no se sienten identificadas. Mujeres que deciden por sí mismas vivir la vida de otra manera a pesar de la presión familiar o social. Mujeres que deciden dejar atrás su país de origen buscando un futuro mejor, o simplemente la posibilidad de tenerlo.
A nuestros centros de intervención, centro Padre Rubio, en la calle Claudio Coello, y centro Pueblos Unidos, en el barrio de la Ventilla, se acercan todos los días muchas mujeres migrantes que viven día a día una doble discriminación, por ser mujer y por ser migrante, lo cual muchas veces se convierte en una losa. Mujeres que no son escuchadas por nadie porque no interesa lo que puedan decir, pero tienen voz y denuncian cómo tienen que exponerse a jornadas interminables o incluso a ofertas falsas que esconden trabajos sexuales y humillantes. Mujeres migrantes que independientemente de su cualificación profesional solo son miradas como cuidadoras, cocineras, limpiadoras, enfermeras, etc a tiempo completo. Mujeres que llevan a su espalda la responsabilidad de los hijos e hijas que han dejado en su país de origen. Una presión que, sumado a las preocupaciones diarias, las deja sin tiempo para ellas, sin tiempo para el autocuidado.
Desde Pueblos Unidos y la ONG Entreculturas apostamos por facilitar espacios seguros y de cuidado para las mujeres migrantes. Espacios de sororidad que impulsamos en Madrid como respuesta social y política frente a la desigualdad de trato y doble discriminación que sufren. El grupo de mujeres migrantes es lugar de descanso, de cuidado, de hablar, de reír, de llorar, de compartir. En el grupo construimos una alianza y amistad profunda entre nosotras, dando paso a la cooperación como forma de relacionarnos. Realizamos talleres de manualidades, hacemos excursiones, bailamos, pintamos, hacemos yoga juntas.
Recuerdo el testimonio de una mujer que nos comentó que había escrito a una compañera del grupo preocupada porque llevaba un par de semanas sin venir y sin dar señales de vida. Como eran muchas las que no lograban contactar con ella, se presentaron en su trabajo para averiguar qué pasaba. Resulta que estaba encerrada en la casa donde trabajaba, obligada a permanecer allí aun cuando no estaba la dueña en la casa.
Este es un ejemplo de que con una buena red de apoyo, la sororidad se convierte en una herramienta de solidaridad, resiliencia y acción. Una comunidad que nace de la alianza que se teje cuando despertamos y nos damos cuenta de las desigualdades comunes y de los derechos que se vulneran cada día. Un grupo de mujeres que afronta de forma colectiva cualquier dificultad, erigiéndose como un espacio de diversidad donde poder acudir si acabas de llegar a España y buscas una red de apoyo y refugio que te acompañe durante las primeras etapas del camino.
Macarena Úbeda Rojo es responsable de la acogida del centro Pueblos Unidos