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China mantiene aprisionados y bajo tortura un millón de integrantes de minorías étnicas en campos itinerantes en el oeste del país
YINING (CHINA), 3 (DPA/EP)
En torno a un millón de personas, pertenecientes a minorías étnicas, se encuentran bajo cautiverio y tortura en el oeste de China, según una investigación de la agencia DPA en un intento de localizar estos campos itinerantes de prisioneros, que se trasladan en el momento que familiares, ONG o medios extranjeros se ponen sobre su pista.
Según un informe del Instituto Australiano de Política Estratégica (IAPE), el área total de los 28 campos de internamiento de la región de Xinjiang se ha cuadruplicado desde 2016 y varios campos próximos a centros urbanos han sido trasladados a los condados del extrarradio, donde el acceso está absolutamente restringido.
La región, tan extensa como Irán, lleva siendo los dos últimos años el mayor centro de encarcelamiento de minorías desde la II Guerra Mundial, según el Gobierno estadounidense. Pekín, por contra, asegura que estos campos son centros de entrenamiento donde los internados, uigures en su mayoría, son liberados de manera gradual tras ser adiestrados en la disciplina del Partido Comunista.
En realidad, el sistema de internamiento es una continuación de las políticas represivas contra los uigures que se intensificaron después de los disturbios étnicos que dejaron cientos de muertos en la capital de Xinjiang, Urumqi, en 2009, seguidos de ataques atribuidos a los uigures en otras partes del país.
En los casos más extremos, las autoridades justifican su existencia como una medida de contención contra el extremismo religioso y el terrorismo separatista. Los uigures son los más afectados pero también hay kazajos, uzbecos, kirguises o tártaros; argumentos que no han convencido a una comunidad internacional empeñada en incrementar la presión sobre las autoridades chinas para que desmantelen estos campos.
En un último intento de limpiar su imagen, China ofreció un "tour" por estos lugares para diplomáticos orientales y algunas agencias de noticias. En estas visitas, los prisioneros salían al paso de los visitantes cantando alegres canciones sobre su renuncia a "pensamientos extremistas", en lo que fue denunciado por varias ONG como una parodia.
En respuesta, el gobernador de la región, Shohrat Zakir, aseguró que las denuncias de opresión no eran más que una "sarta de mentiras" y que el número de detenidos es "cada vez menor". Los resultados del análisis del IAPE desmienten esas declaraciones.
"AQUÍ NO HAY NADA QUE VER"
Alfred, un estudiante de 22 años en Estados Unidos, comenzó a perder el contacto con sus padres en Yining allá por 2016, el año en que Chen Quanguo asumió la responsabilidad de la sección regional del Partido Comunista-- es decir, el cargo más importante de Xinjiang --tras el éxito de la represión que orquestó durante su mandato en la región de Tíbet.
Chen es el arquitecto de la actual red de campos de internamiento de Xinjiang, mucho más modernos, dotados de tecnología de reconocimiento facial, escaneo ocular y análisis de los andares. El grupo de estudios norteamericano de la Fundación Jamestown calcula que el nuevo secretario del partido ha duplicado el gasto en vigilancia y facilitado el desplazamiento de estos campos.
Alfred, quien prefiere mantenerse en el anonimato, notó al principio que el vocabulario de sus padres había cambiado durante sus conversaciones. Su padre, un galardonado periodista local, finalizaba expresando su gratitud al "gran Partido Comunista" y diciendo que su familia vivía una gran vida. "Me recordaba como las palabras de propaganda que solía escuchar cuando estaba en la escuela", según Alfred.
Con el paso del tiempo, a Alfred se le hizo más y más difícil contactar con sus padres a través de la aplicación de mensajería china WeChat, hasta que finalmente perdió el contacto por completo. Hablar con familiares en el extranjero es una de las razones más comunes por las cuales los uigures son detenidos, junto con orar, dejarse crecer barba o prohibir las aplicaciones en sus teléfonos, entre otras cosas.
Más tarde, Alfred supo que su padre había sido encarcelado y que su madre había sido enviada a un nuevo campo desconocido hasta ahora, en una antigua escuela del Partido Comunista en el centro de la región.
Alertados por el estudiante, periodistas de la agencia DPA llegaron a Yining a noviembre en busca del campo. Para cuando llegaron, todos los prisioneros y los guardias estaban ya en otro lugar, posiblemente a las afueras. Entrar allí se antojó imposible: la Policía detuvo a los periodistas en una intersección vigilada, les retuvo durante hora y media y les escoltó de vuelta al hotel. "Este no es el mejor momento para visitar la región", declaró uno de los agentes. "Aquí no hay mucho que ver".
"SIN ESPERANZA PARA LOS UIGURES"
En la ciudad de Kashgar, en el sur de Xinjiang, la seguridad es aún más estricta que en el norte de la región. Hay cámaras de vigilancia dentro de los taxis, y abundan los puestos de control y las comisarías de Policía.
Durante un viaje de cinco días a Xinjiang, los reporteros de la DPA fueron seguidos por hasta ocho policías estatales simultáneamente, y forzados constantemente a borrar las fotos que tomaban.
Los uigures han sido sistemáticamente identificados y controlados antes de acabar en campos de internamiento como el que hay en el condado de Shule, un complejo de edificios blancos y rojos, rodeados de alambradas y donde, según el Gobierno, los uigures aprenden chino mandarín, formación profesional y las leyes del país.
Los supervivientes de estos campamentos aseguran a que fueron golpeados, torturados y hostigados dentro. "Estaba sentado allí humillado con cadenas, y cuando decía que no sabía chino, me golpeaban con palos o me abofeteaban", según Orynbek Koksebek, detenido el año pasado en un campamento en Xinjiang. Koksebek intentó suicidarse tras ser torturado y enviado a confinamiento solitario.
El profundo trauma personal generado en los campamentos probablemente aumentará el odio y la disidencia hacia el estado y la mayoría Han, según se teme el investigador de la Escuela Europea de Cultura y Teología en Alemania, Adrian Zenz.
De puertas hacia dentro, los propios funcionarios reconocen que los trabajos forzados y los abusos están en las antípodas de ser una solución óptica y que no han tenido más remedio que emplear estas técnicas para "desintoxicar" a los uigures que enarbolan la bandera adel separatismo. "No es una buena política, pero no podemos hacer nada mejor que eso", explica un funcionario en Xinjiang bajo el anonimato. "Los extremistas les han lavado el cerebro. Hay que lavárselo de nuevo", ha esgrimido.