Haseeb Khan, refugiado afgano en Serbia
Foto: ILIJA GUDNITZ WEBER/MSF
  
Actualizado: viernes, 18 septiembre 2015 10:12

   MADRID, 18 Sep. (Por Ilija Gudnitz Weber, Médicos Sin Fronteras) -

   A la sombra de un techo de chapa oxidado, en una antigua fábrica de ladrillos en las afueras de la ciudad serbia de Subotica, cerca de la frontera con Hungría, se está formando una cola de gente. Están esperando al equipo de médicos y enfermeros de Médicos Sin Fronteras (MSF) que vendrá con su clínica móvil, tal y como llevan haciendo desde finales de 2014, para dar atención médica a los refugiados.

   Durante meses, la fábrica de ladrillos abandonada ha sido un lugar de descanso para los refugiados en su camino hacia el paso fronterizo, situado más al norte. Muchos de los pacientes que los equipos de MSF han atendido en Serbia sufren de sarna y piojos, infecciones de la piel y problemas gastrointestinales y musculares, a menudo como resultado de las difíciles condiciones de vida que tienen que soportar mientras viajan desde las islas griegas.

   En todas partes hay rastros de lo deprisa que se mueven las personas. En el suelo, ropas esparcidas entre las cenizas frías de las hogueras. Hay osos de peluche abandonados, cuchillos de plástico usados y otras pertenencias que la gente ha dejado atrás. Hay cajas de cartón desplegadas que se han usado como camas improvisadas, y también unas cuantas tiendas de campaña; algunas están abandonadas y otras aún albergan a varias familias.

   Esta mañana el sol brilla en un cielo azul despejado. La temperatura se acerca a los 30 grados, aunque aún es temprano. Hay un murmullo de actividad en la entrada al terreno de la fábrica, donde se encuentran los dos únicos grifos de agua que hay en el pueblo.

   De pie, en la cola cerca de la camioneta en la que MSF ya ha instalado su clínica móvil, se encuentra Haseeb, un chaval de 13 años originario de Kunduz, Afganistán. Me comenta que en el pasado sufrió problemas renales y que ahora tiene dolores de estómago. Espera pacientemente con un amigo suyo, también afgano, hasta que la enfermera le hace señas para que vaya detrás de la lona verde, donde aguardan el médico de MSF y un intérprete.

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ILIJA GUDNITZ WEBER/MSF

DESHIDRATADOS Y EXHAUSTOS

   Hace dos meses desde que Haseeb y su madre, Zubida, se marcharon de Afganistán. Desde entonces han viajado a través de Pakistán, Irán y Turquía, y luego en barco a Grecia. De allí pasaron a Macedonia y luego a Serbia. Ahora están a la espera de cruzar a Hungría. Es la primera vez que un médico le atiende desde que salieron de Afganistán.

   Deshidratado y exhausto tras un largo viaje, Tanya, la enfermera de    MSF, le da unos medicamentos para el dolor de estómago y le aconseja beber mucha agua.

   La deshidratación y el agotamiento son muy comunes entre las personas que MSF atiende en sus clínicas móviles en Serbia. El resto suele tener afecciones tales como inflamaciones, fracturas óseas, ampollas y esguinces de tobillos, todas como resultado de haber hecho un viaje tan largo y en unas condiciones tan duras.

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EL FÚTBOL Y EL COLEGIO

   Haseeb es uno de los 15 pacientes que el equipo de MSF ha atendido esta mañana. Solía ir al colegio en Kunduz hasta que la violencia le obligó a dejar de ir a clase. Un día como otro cualquiera su colegio fue bombardeado y él salvó la vida de milagro.

   La madre de Haseeb es médico. Su padre, agente de policía, murió a consecuencia de un atentado suicida hace cuatro años. Con el aumento de la violencia y la inseguridad, decidieron marcharse de Kunduz, pero el hermano de Haseeb se quedó allí. Haseeb me cuenta que echa de menos su vida en Kunduz. Echa de menos ir al colegio y extraña al resto de su familia.

   "Mi sueño es la paz en Afganistán", dice Haseeb, "pero sé que ahora no es posible. Por eso nos marchamos a vivir donde no haya enfrentamientos. No quiero ver más muertes".

   Después de pasar consulta con el médico de MSF, Haseeb me muestra una cicatriz en el antebrazo derecho. Sonriendo, cuenta que se cortó mientras jugaba al fútbol, hace ya algún tiempo, allá en Kunduz. El corte profundo necesitó puntos de sutura que le hicieron en el hospital donde trabaja MSF en Kunduz.

   "Me resulta increíble ver cómo la misma gente que me ayudó entonces, que aún ayuda allí a mi gente, está aquí ahora ayudándonos también", me confiesa.

   Haseeb sueña con jugar al fútbol en la selección de su país. "No tenemos un buen equipo de fútbol en Afganistán", dice. "a mí me gustaría ser tan bueno como Cristiano Ronaldo", me dice sonriendo mientras se despide de mí.

   Desde diciembre de 2014, MSF lleva a cabo clínicas móviles médicas y distribuye artículos de primera necesidad en Serbia. Además de tratar, sobre todo, infecciones de la piel e infecciones del tracto respiratorio --consecuencia directa de las condiciones de vida durante el trayecto a través de Grecia y los Balcanes-- MSF también proporciona apoyo en salud mental.

   En este periodo, los equipos han realizado un total de 5.072 consultas en Serbia a personas migrantes, refugiados y solicitantes de asilo.

   Serbia no está preparada para responder a las necesidades más inmediatas de refugiados y migrantes. Sus cinco centros de asilo solo pueden albergar hasta 1.000 personas en un momento dado. Durante el verano, las autoridades serbias han tratado de aumentar la capacidad de acogida del país y han instalado tres campos más al aire libre con tiendas de campaña en Presevo y Miratovac, en el sur, y Kanijza en el norte, con una capacidad máxima de 1.200 personas.

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