Mujeres inmigrantes en la ciudad libia de Joms
REUTERS / STRINGER .
Publicado: miércoles, 3 enero 2018 14:26

Ocultan su raza, lengua y religión para no acabar en manos de la Policía o las mafias y sometidas a abusos sexuales

MADRID, 3 Ene. (EUROPA PRESS) -

Libia hace tiempo que se convirtió en un entorno hostil para los inmigrantes, ya lleguen de forma legal o a través de las mafias de tráfico de personas para usar la nación norteafricana como lanzadera hacia Europa. Las mujeres son aún más vulnerables porque su género las expone a múltiples abusos, casi todos de índole sexual. Su supervivencia depende de que sean "invisibles".

Así lo revela un informe del Mixed Migration Monitoring Mechanism Initiative (4Mi), vinculado al Consejo Danés para los Refugiados, elaborado a partir de entrevistas realizadas entre mayo y diciembre de 2017 a 1.058 inmigrantes en Libia e Italia, de los cuales 375 eran mujeres, así como a 15 "informantes clave", con la intención de exponer las condiciones de vida de la comunidad inmigrante en suelo libio.

Decenas de miles de inmigrantes han llegado a Libia en los últimos años para huir de la violencia en sus países de origen. Algunos lo han hecho por los cauces legales, pero la inmensa mayoría se ha puesto en manos de mafias para garantizar su pasaje no solo a Libia sino, sobre todo, a Europa. Pese al dinero y las esperanzas depositadas, muchos quedan atrapados en el país durante meses o años.

Los inmigrantes ilegales son los que se enfrentan a mayores obstáculos. Su primera parada en Libia suele ser un centro de detención oficial, gestionado por las autoridades, o un piso franco que funciona como un prisión oficiosa controlada por las mafias. Las organizaciones de defensa de los Derechos Humanos han denunciado graves abusos en estos lugares donde los inmigrantes viven en condiciones de esclavitud.

"El trabajo forzado es una práctica común", señala 4Mi. Mientras que los hombres son empleados en la construcción o la agricultura, a las mujeres se les reservan tareas domésticas y sexuales. "Llegué a Libia con mi hija y mi hermana pequeñas. Los traficantes nos tuvieron tres meses en un piso franco y me obligaron a prostituirme (...) Nos trataban como animales", cuenta una joven marfileña de 26 años que consiguió llegar en barco a Italia.

4Mi alerta de que, aunque los inmigrantes suelen acabar detenidos, bien por obra de las autoridades, bien por los traficantes, también es habitual que sean entregados por las propias comunidades de acogida. "Conductores de taxis, trabajadores sanitarios en hospitales públicos o residentes locales denuncian o llevan a los inmigrantes a los centros de detención", apunta.

"Esto les obliga a llevar una vida apartada". Sobre todo en el caso de las mujeres y especialmente en aquellas de origen subsahariano, que no hablan árabe, son cristianas y solteras. Este es el perfil del inmigrante más vulnerable, según 4Mi, porque estos rasgos hacen imposible que no destaque en la sociedad libia y, por tanto, les convierten en un objetivo claro de dichos abusos.

RAZA, LENGUA Y RELIGIÓN

La primera barrera es la raza. En los últimos años se ha registrado una creciente hostilidad hacia los africanos negros porque los libios "los relacionan con la delincuencia, con enfermedades contagiosas o con el antiguo régimen de Muamar Gadafi", ya que solía contratar mercenarios de los países vecinos para sus campañas militares, explica el informe.

"Lo que piensan de nosotras es que todas las inmigrantes somos prostitutas", cuenta una nigeriana de 34 años desde Libia. "Cuando vas caminando por la calle los hombres te insultan y te piden que tengas sexo con ellos porque creen que has venido a Libia para eso. No valoran a mujeres de otras nacionalidades", lamenta.

El estigma de la prostitución va más allá de una anécdota callejera. "Algunos caseros no quieren alquilar sus casas a mujeres y los pocos que lo hacen realizan controles diarios para comprobar que no has convertido la casa en un burdel", relata una eritrea de 28 años que sigue en Libia.

Para amortiguar su impacto social, muchas inmigrantes buscan camuflarse entre las libias y adoptan no solo sus costumbres, sino también su lengua y hasta su religión. Así, las que saben árabe abandonan su lengua vernácula y se comunican en árabe y las que no, lo aprenden. Las cristianas, que representan hasta el 70 por ciento de las entrevistadas por 4Mi, cultivan su religión en privado y en público visten el hijab musulmán.

"Las mujeres musulmanas ya saben cómo vestir y cómo comportarse en la sociedad libia", dice una nigeriana de 29 años. "Para ellas es más fácil, pero yo, como cristiana, intento estar fuera (de casa) lo mínimo posible. Tampoco sé árabe, así que procuro hablar poco". Todo para que nadie descubra que es inmigrante, explica.

UNA VIDA CLANDESTINA

Incluso las que gozan de una apariencia libia deben tomar precauciones si no están casadas. Algunas inmigrantes han viajado a Libia para reunirse con sus maridos, que llegaron como avanzadilla y ya están habituados a la vida local. Sin embargo, la mayoría (el 61 por ciento, de acuerdo con 4Mi), son solteras: no tienen a nadie en su nuevo país que vele por su seguridad.

Esta últimas están obligadas a fiarse de hombres de su entorno que acaban de conocer para hacer cualquier gestión, como la compra diaria, porque temen que al salir a la luz pública sean identificadas como inmigrantes ilegales y enviadas a los centros de detención o pisos francos.

Por ejemplo, dependen de estos 'conseguidores' para obtener el iqama, la residencia legal. "Es muy difícil de conseguir. Solo es posible para gente con las conexiones adecuadas y es muy caro. A los inmigrantes nos piden entre 1.000 y 1.200 dinares libios (entre 630 y 760 euros)", comenta una sudanesa de 31 años. En su caso, dado que no puede tramitarlo por sí misma, necesita un "facilitador". Eso encarece el precio y además hay "agentes falsos que prometen el iqama y simplemente desaparecen con el dinero", denuncia.

Esta falta de libertad también limita el acceso a la sanidad de las inmigrantes. Según 4Mi, los hospitales públicos de Libia no admiten inmigrantes y las clínicas privadas suelen negarse a tratarles por miedo a no cobrar o a enfermedades infecciosas. "No puedo ir a un hospital porque no me curarán y llamarán a la Policía para que me arreste. Cuando estoy enferma pido a alguien que me compre medicamentos", dice una nigeriana de 26 años.

NIÑOS FUERA DEL SISTEMA

Los estigmas de las madres se trasladan a los hijos. "Tengo un hijo pero no puedo llevarle al colegio o al hospital, a ningún lado. Si le dejo solo, podría ser secuestrado porque es extranjero. Por eso se pasa todo el día en casa", relata una nigeriana de 29 años.

En 2007, el Gobierno libio decidió que los niños extranjeros, incluidos los que tuvieran una madre libia, no podrían ir a los colegios públicos, y las escuelas privadas son excesivamente caras para que una inmigrante pueda costearla. Eso deja a sus hijos fuera del sistema educativo.

La alternativa que han ideado las inmigrantes es formar pequeños grupos de niños que se reúnen en casas y tienen como profesoras a sus propias madres. El problema, indica 4Mi, es que los alumnos son de edades distintas, no hay material escolar y, aunque consigan un nivel óptimo, carecen de una acreditación oficial que les permita avanzar en sus estudios.

La solución, tanto para las inmigrantes como para sus hijos, sigue siendo la "invisibilidad", denuncia 4Mi. "Vivimos escondidos", apostilla esta madre nigeriana.

Más noticias

Leer más acerca de: