Refugiados rohingya en Bangladesh
PEDRO ARMESTRE/SAVE THE CHILDREN 
Actualizado: sábado, 3 marzo 2018 8:49

MADRID, 3 Mar. (Por Susana Hidalgo, Save the Children) -

Una casa construida de bambú y plástico, donde dentro solo hay unas esterillas y unos pocos utensilios de cocina. En un rincón, un fuego alimentado por leña llena la estancia de un humo denso y negro que hace toser a los niños que se encuentran dentro. Estamos en el hogar de una familia rohingya en el campo de refugiados de Cox's Bazar, en Bangladesh.

Cerca de un millón de personas, la mitad de ellos niños y niñas, viven hacinados en este antiguo parque natural donde todavía transitan los elefantes salvajes. Los rohingya han huido de la persecución en Birmania desde hace décadas, pero hace seis meses, el 25 de agosto, el Ejército birmano recrudeció los ataques y más de 600.000 personas tuvieron que abandonar su hogar para exiliarse en el vecino Bangladesh.

"Aquí no tengo miedo", sentencia Lariam, una adolescente rohingya que con apenas 18 años sostiene a su bebé recién nacido entre sus brazos. Las temperaturas son bajas y Lariam apenas tiene ropa para proteger a su pequeño. Lariam vivió en Birmania todas las atrocidades posibles: muerte de familiares, su aldea quemada, torturas...

Una noche, estando embarazada, tuvo que abandonar su hogar mientras todo el pueblo ardía. Caminó junto a su madre y sus dos hermanos decenas de kilómetros hasta que llegaron a la frontera de Bangladesh. "Al llegar nos sangraban los pies, pero nos sentimos a salvo", recuerda la joven.

La casa de Lariam se encuentra en una de las laderas del campo y a su alrededor hay desperdigados cientos de chamizos de manera desordenada. El entorno es perfecto para que las mafias campen a sus anchas.

TRATA DE MENORES

Desde Save the Children hemos detectado desde el pasado mes de agosto al menos 26 casos de trata de menores. Los pequeños tienen mucho miedo a salir a recoger leña o a ir al baño solos por la noche y han contado a los trabajadores de Save the Children que tienen pánico a "los hombres del bosque". Incluso si no son secuestrados, muchos niños y niñas se pierden a diario en el laberinto de chamizos y son incapaces de encontrar a su familia.

A los peligros diarios, se suma ahora la llegada del monzón. Es evidente que las fuertes lluvias van a destrozar los chamizos y que las inundaciones pueden hacer intransitables los caminos y dificultar la llegada de los vehículos de las ONG.

El Gobierno de Bangladesh baraja la idea de trasladar a parte de los refugiados a una isla que actualmente está deshabitada. Una opción que, con la excusa de proteger a los rohingya del monzón, podría convertirse en la práctica en un centro de detención sin garantías de que se respeten los Derechos Humanos.

La palabra rohingya puede resultar impronunciable y difícil de recordar. Ya no ocupan titulares como el pasado verano. Por eso desde Save the Children hemos puesto en marcha la campaña #TienenNombre, porque detrás de la palabra rohingya hay casi un millón de personas como Lariam, o como Rahun, que con 15 años fue testigo en Birmania de cómo asesinaban a su padre y que todavía mantiene la esperanza de tener un futuro como profesor.

Desde Save the Children trabajamos todos los días ayudando a las familias rohingya con alimentos, sanidad y educación principalmente, pero tenemos claro que, al margen de la asistencia, este conflicto necesita una solución política.

Así se lo trasladamos el pasado 26 de febrero a los ministros de Asuntos Exteriores de la UE que se reunieron en Bruselas, entre ellos al representante español, Alfonso Dastis. Porque no podemos dar por hecho que ese millón de personas va a ser arrasado por las lluvias del monzón, o que los rohingya que quedan en Birmania van a seguir siendo torturados. No podemos dejarles solos. No podemos cerrar los ojos ante el horror.

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