MADRID 23 May. (OTR/PRESS) -
Detestar al enemigo es normal; lo que no está claro es por qué hay que adular a amigos tontos. La llamada crispación política no sería tan venenosa si los votantes dejaran que los crispadores se tiraran de los pelos y jugasen solos al "veo veo" o al "y tú más". La naturaleza, que es de una variación exagerada, ha creado, sin aclarar por qué, a unos individuos capaces de pronunciar un mitin electoral en cualquier polideportivo de España. Lo extravagante es que varios miles de clientes se apiñen sin motivo en el mismo recinto para jalearlos y agitar banderas, muchas de ellas constitucionales.
Es muy díficil atravesar un río sin cruzar un puente de Calatrava o enchufar la tele y que no te casquen las declaraciones de algún ilustre corredor de motos, pero, en su gran mayoría, el público de los mítines está compuesto de voluntarios. Después del entierro de Franco, cesaron de ser preceptivas la adhesión inquebrantable y la asistencia a las misas del partido único. ¿En qué piensan, qué sentimientos albergan, qué razones jurídicas esgrimen los ciudadanos que, unas semanas antes de las elecciones, meten bulla en los polideportivos, y de los que ya sabemos a qué dedican el tiempo libre?
Los más atentos y risueños de ellos forman un paisaje pretoriano justo detrás del líder, quien, concentrado en mirar con intensidad a las cámaras del telediario, sólo les muestra el culo y, si hay suerte, los rodeles sudados del sobaco. La Historia de otros países evoca eras más aburridas. Las crónicas de las primitivas elecciones americanas anotan que los candidatos debatían subidos a un carro, paraban a comer y reanudaban sus explicaciones por la tarde. Mucho antes de Bush, Estados Unidos fue el país más culto, más liberal, más laico del mundo y, no habiéndose inventado las cámaras ni el avasallador micrófono moderno, el ejercicio democrático se circunscribía a la distancia de la voz, como señaló Platón.
Las noticias entonces viajaban lentas, las famas tardaban en construirse y el pueblo, más palurdo y sin acceso a "El País" ni a la Cope, no se formaba una opinión sino tras penosos trámites de lectura y conversación. Hoy los votantes de los países industrializados, sobre todo los privilegiados que, en los mítines, se sientan tras el culo del orador, gozan de una situación intelectual más desahogada. Por algo viven en el siglo XXI. Antes del mitin, se han informado perfectamente de la maldad sin fisuras del enemigo y de las intenciones del orador , de modo que, cuando éste arranca a gesticular y a zaherir , sólo les queda asentir y hacer "¡bee...!" Las veces que sea menester.
Agustín Jiménez.