MADRID 7 Feb. (OTR/PRESS) -
En un debate televisivo, el candidato franco-magiar Nicolas Sarkozy achacaba su amistad con los americanos a que Estados Unidos era, aparte de Hungría, el único país con el que Francia no ha llegado a las manos. Evidentemente hay muchos más pero, gracias a la mundialización, cuando Sarkozy sea presidente, podrá pelearse con cualquiera. Cualquiera, claro está, que imponga su talla. Una hazaña china, fechada el 11 de enero, pero no revelada hasta el día 23, debería haber sido un notición y no ha traspasado los entrelíneas de los periódicos. Decidido a desprenderse de un satélite meteorológico achacoso que mantenía en órbita, el gobierno de la cuarta economía mundial y tercera potencia espacial, no se cortó ni un pelo de la coleta. Lo destruyó con un misil. Los pedazos se pusieron a dar vueltas por el infinito engrosando el rebaño de cachivaches desechados -los 10.000 cohetes, antenas, tornillos y cagarrutas de de astronautas- que bogan entre los ángeles del cielo.
El referido misilazo es un caso de utilización militar del espacio contrario a los tratados. Estados Unidos ha protestado pero poco. Un poder en déficit económico, con un perfil ignominioso, odiado por millones, contrariado por todos, contestado por un la mitad de sus representantes, vergonzoso para sus mejores ciudadanos, y que tiene que sudar para colocar en Irak a unas decenas de miles de hombres suplementarios, no puede fácilmente poner objeciones a las fuerzas innombrables de los orientales, movidos por sargentos omnipotentes, con recursos económicos que no han hecho más que aflorar y un globo inagotable de aspiraciones. No son cuentos chinos. Al parecer, una serie de televisión de diez horas sobre las grandes potencias de la Historia, ha hecho alucinar a los nuevos habitantes imperiales, que piensan comerse el mundo con dinero, con tecnología y, si hace falta, con misiles.
Los chinos no son los únicos que están lustrando sus sables nuevos. Las fuerzas armadas indias encabezan su web de internet con una cita del Bhagavad Gita, que debe de ser muy profunda para que la mediten el millón doscientos mil hombres en activo del otro país emergente. Tampoco ha pasado desapercibido, aunque, para no variar, nadie lo ha comentado, el rumbo marcial imprimido por el nuevo primer japonés, que acaba de recomponer a los militares sus viejos honores y les ha vuelto a dar cancha en el organigrama reimplantando un ministerio de defensa. Y esperemos que no se remuevan los insondables coreanos del norte -una empresa de casi 600.000 armada hasta los dientes por China-, que se apaguen los ardores de Teherán y que la Rusia de Putin se calme. Pero no es difícil relevar a Estados Unidos en Oriente Medio ni realista esperar que los rusos se resignen a un ejército de bambolinas ahora que, por la energía y por tantos otros temas, nos tienen a todos, incluido el candidato Sarkozy, cogidos por nuestras vergüenzas.
Agustín Jiménez.