MADRID 28 Mar. (OTR/PRESS) -
Cada país debería contar con una oficina de pesos y medidas en que se guardaran los patrones de la realidad. Un somero cotejo de los mismos bastaría para confirmar si tal boñigo cumplía con el ADN de la navarridad o de la vasquidad, si tal simpático rango andaluz era genuino o representaba una peligrosa influencia murciana, si era compatible ser español con ser de Barcelona, si era rentable ser torero o si un guiri tenía alguna posibilidad de llegar a dar palmas correctamente. Sobre todo, la instalación demostraría fehacientemente que la Virgen del Pilar no quiere de ningún modo ser francesa porque quiere ser capitana de la tropa aragonesa. Tampoco es que le fuera a ser fácil expatriarse. Sarkozy, el minúsculo gran hombre de la Francia del futuro, ha prometido crear en su pueblo un "ministerio de la identidad y la emigración", una oficina de realidades supremas que impedirá homologar no sólo a la Pilarica sino a cualquier foráneo que solicite nacionalizarse para disfrutar de las ventajas que ganaron con sudor los abuelos de los nativos. Si presenta la solicitud, el sujeto en cuestión será escaneado con los pesos y medidas conformadoras del alma francesa -cosa seria-, que determinarán si lo mueve un amor patrio sobrevenido o si es sólo un aprovechado. Se impone copiar una vez más a Francia -como hemos hecho siempre históricamente- y acoger esa idea estupenda en nuestra legislación nacional y regional. La gestión de la oficina se puede delegar en el partido que acredite ser el más bobo del registro en base a criterios como intensidad de las adhesiones inquebrantables, frecuencia de ejecución del himno nacional, número de banderitas por familia y habilidad para dar patadas y puñetazos. Una vez montado ese imprescindible departamento de cretineces, los demás españoles, y los forasteros que quieran, podrán dedicarse en paz a tareas tan inútiles como trabajar, leer El Quijote, comparar el cielo de Madrid con el cielo de Velázquez, beber horchata o, si están completamente locos, amar a los vecinos o a las vecinas.
El mariposeo mediático reciente demuestra que los capullos de la identidad están en flor por doquier. Por si no bastaran las identidades morrocotudas, las de razas, bloques y civilizaciones milenarios, ahí están los indecibles gemelos Kaczinksy, ocupados, en pleno pasillo, con un tribunal para la atribución de sangre polaca o, en la campaña francesa, las prisas de la misma Ségolène por no quedar a la zaga de Le Pen en aficiones folclóricas. Así que nos pilla un poco a trasmano la foto que han publicado todas las redacciones. Gerry Adams, el etarra de Irlanda, con el clérigo Paisley, a propósito del cual ni la arraigada superstición que asocia lo inglés y lo protestante a la democracia, nos quitan de la cabeza que es un viejo malvado. Están los dos juntos. El etarra se ha puesto corbata y el cura traje claro. Los jueces de allí no rechistan y ellos ni siquiera se muerden. La foto, no obstante, nos deja un poco perplejos. ¿Por qué han estado tanto tiempo peleándose, escenificando la última guerra de religión europea? Los tradicionalistas, los recalcitrantes de las esencias de posesión unipersonal, pueden consolarse con el dato, oportunamente recogido por los periódicos, de que en ningún momento se dieron la mano.
Agustín Jiménez.