MADRID 10 Ene. (OTR/PRESS) -
La gran madrecita rusa, aguijada por el padrecito Putin, zar de todas las madres, le ha subido el petróleo a Bielorrusia, que era la niña mimada hasta hace un par de años. Para defenderse, la niña bielorrusa grava el petróleo que transita por sus tierras y enciende una nueva crisis en Europa y, lo peor de todo, en la orgullosa Alemania, principal destinataria de ese petróleo. No es que en Bielorrusia se hayan vuelto más locos sino que aplican el tira y afloja del mercado. Y Rusia no es que proteste por el chantaje. El chantaje lo inició ella misma en una operación de capitalismo salvaje. Alemania recoge lodos de aquellos barros sedimentados por su antiguo e insolidario canciller Schröder, actualmente empleado de Putin (pues una especialidad de los políticos alemanes parece ser la de reciclarse descaradamente en una empresa de la que se han ocupado oficialmente durante su mandato).
La crisis ha sido por el petróleo pero podía haber sido por cualquier otra razón. Ni Moscú - ni, entre paréntesis, Washington - están dispuestas a tolerar por más tiempo la pervivencia, en plena zona de tránsito - de sistemas que aun no se han adecuado a la única doctrina verdadera, que es el capitalismo. Bielorrusia, como antes Ucrania, sigue trampeando entre subvenciones, economía dirigida y, sólo cuando sus jerifaltes la consideran oportuna o la saben manejar, economía de mercado pura y dura. Lo que estamos presenciando, es la adaptación de Bielorrusia al nuevo orden de cosas, que Moscú necesita acelerar. Moscú no cree en las lágrimas, pero cree con fervor en el euro e incluso en el rublo. Lo coherente sería que Europa ayudara a Bielorrusia en una evolución suave hacia el mercado. Pero la región sigue siendo intocable sin permiso de Rusia. Y, aun mucho menos que en Ucrania - porque los lazos con Moscú han durado mucho más - no se distingue una clase política capaz de promover cambios o simplemente capaz.
El imperio soviético dejó a sus satélites sin recursos de gestión y sin el mínimo sentido moral. La combinación es explosiva. Al retroceder, sólo ha dejado una herencia de odio, que es un mal consejero para quien quiera ser práctico. Polonia, enemigo secular de Rusia, tiene además sus propios fantasmas. Los polacos no sólo odian descaradamente a los rusos; también detestan a los alemanes, que para colmo son ricos, y, como buenos católicos, a los católicos que no son exactamente como ellos. Envalentonada con su adscripción a la Unión Europea y las bendiciones del ala más descerebrada de la Casa Blanca, Varsovia da varapalos a todos, incluso a los que les dan de comer. Es difícil considerar con seriedad a los gemelos bajitos que controlan el gobierno y que han hecho dimitir al arzobispo Wielgus. No es que lo de Wielgus tenga excusa. Lo incómodo es tener que elegir entre rusos y antirrusos cuando no nos gusta ninguna de las dos partes.
Agustín Jiménez.