Actualizado 12/09/2009 14:00

Andrés Aberasturi.- La lección de la Diada.

MADRID 12 Sep. (OTR/PRESS) -

Ni la independencia ni el estatuto; quien de verdad protagonizó la Diada ha sido la ira de los parados, los gritos que rompían el aire siempre politizado de la fecha, las dos o tres verdades que dejaban las cosas en su sitio: reproches a los políticos -a todos- preocupados por el protocolo y con el traje de domingo, y reproches también a unos sindicatos acomodados ya definitivamente en una mesa de negociación y escondidos tras las faldas de un Gobierno protector. Los parados estaban ahí con su verdad tantas veces difuminada y, sin saber qué hacer, en otra esquina, no sé quien que protestaba por las corridas de toros y un poco más allá otro que aseguraba que Cataluña era una nación oprimida. La verdad es que las imágenes eran rotundas y ponían las cosas en su sitio físicamente a Barcelona pero metafóricamente en el resto de España. Sólo los parados parecían tener derecho a estar allí y el resto de los reivindicantes parecían convidados de piedra, gente que se había equivocado de año o de sitio.

Aquí podemos pasarnos horas y horas discutiendo del Constitucional y su pereza, analizando la palabra nación en todas sus acepciones y tumbando al toro de Osborne por razones patrióticas. Podemos, pero ya se ve que lo que la gente quiere es trabajar, tener una esperanza mucho mas que una ayuda, una seguridad mucho mejor que un subsidio confuso.

Pues se siente pero las cosas no van bien; digan lo que digan ZP, Blanco y doña Elena Salgado, los brotes verdes ni están ni se les espera por ahora. Vienen mal dadas y lo único que tenemos claro es que van a subir los impuestos -seguramente el menos progresistas de todos que es el IVA- y que de la famosa ley de economía sostenible seguimos sin saber nada.

Con un 20% de parados -que es lo que el propio Corbacho anuncia- no hay forma de celebrar una Diada en paz y como manda la tradición: abucheos al PP, protesta contra los toros y la cantinela de la opresión. Estar, estaban, pero se vieron ampliamente superados por una realidad mucho más urgente, vital, precipitada. Con un 20% de parados, la sociedad deja de creer en muchas cosas y el hilo del silencio que manejan los sindicatos, salta por los aires una tarde de pronto y no hay ni Diada, ni San Isidro ni 2 de Mayo que lo aguante. Esa es la gran verdad, la lección que deben aprender todos -políticos y sindicatos- de lo ocurrido en Cataluña.

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