MADRID 19 May. (OTR/PRESS) -
Previo pago de su importe, asistí el domingo a la final, nada dolorosa aunque no ideal, del partido entre Nadal y Féderer. No voy a hacer ningún comentario -que ya todo está escrito- salvo mi admiración por ambos jugadores. Tampoco tengo la menor intención de arremeter contra una obra arquitectónica que me parece hermosa y técnicamente bien resuelta, incluso muy bien resuelta. El sentido pues de la Caja es en muchos aspectos positivos. Falla, una vez más, la sensibilidad. Y pongo lo sucedido en este recinto como ejemplo de demasiadas faltas de sensibilidades en otros muchos sitios.
Acompañaba yo a un señor que, aun valiéndose, precisa de muchas ayudas para su movilidad. Pues bien: el aparcamiento para minusválidos, está lejísimos de la entrada y -según nos comunicaron por teléfono antes de ir- no nos garantizaban que se le permitiera la entrada pese a que el coche porta su tarjeta oficial de discapacitado. Una vez dentro, hay ascensores pero aunque se ahorra parte escaleras, sigues teniendo que bajar y subir unos muy complicados peldaños bastante peligrosos. Y lo peor fue la salida: no sé cuántos cochazos con sus chóferes, esperaban a pie de puerta a sus importantes ocupantes. Cuando solicitamos uno de esos eléctricos para que acercara a mi acompañante hasta el parking público (a todas luces escasísimo) se nos dijo que tendríamos que esperar a que salieran los importante ocupantes primero, calculaban que una media hora.
A ver; la seguridad debe tener unos límites y recuerdo una anécdota que tuve la desdicha de protagonizar: mi hijo, al que acompañaba yo, iniciaba la subida a su autobús escolar en la plataforma para su silla de ruedas. Esta maniobra es algo lenta y de pronto, unos policías motorizados y con grandes sirenas, se empeñaron gesticulantes y autoritarios en que el autobús se moviera inmediatamente de donde estaba. La razón es que se acercaba el coche del Rey camino de La Zarzuela. Reconozco que se me revolvió la sangre y en el mismo tono autoritario, les dije que si alguien tenía que apartarse, era la comitiva real hasta que mi hijo estuviera debidamente ubicado en su autobús. Cogieron la matricula del trasporte escolar, pasó el Rey y su comitiva y nunca supe nada del incidente. Menos nervios, un poco de sentido común y mucha más sensibilidad. Comprendo que la seguridad es importante, pero no lo justifica todo. Y cuando no es seguridad sino puro y duro servilismo, entonces ya no hay quien justifique nada.
Está bien airear lo de la Ley de Dependencia pese a que se haya quedado en humo y poco más; pero por mucha ley, hay cosas que pertenecen a otros ámbitos y en eso, me temo, que aun estamos muy mal.
Eso en lo subjetivo. En lo objetivo, sólo un imperdonable detalle no ya de protocolo sino de educación y sentido común: el presentador del evento tenístico se empeñó en que Santana y no sé quién entregaran los trofeos a los ganadores y finalistas, reservando la entrega de unos cheques monstruosos al Príncipe de Asturias, cosa que, naturalmente, no hizo don Felipe. ¿No tendría que haber sido al revés? ¿A quién se le ocurrió la brillante idea de que el Príncipe se ocupara de "la pasta" en lugar del simbólico honor de los trofeos? Por muy mágicas que sea las cajas, los pequeños detalles resuenan demasiado.