MADRID 27 Oct. (OTR/PRESS) -
Este domingo se celebra en la plaza de San Pedro de Roma el solemne acto religioso de beatificación de 498 religiosos asesinados durante nuestra guerra civil. Es la forma que la Iglesia tiene de honrar a sus muertos: subirles a los altares. El Estado, que es la sociedad política y jurídicamente organizada, lo hace por ley. En este caso, mediante la controvertida ley de Memoria Histórica, que la semana que viene se debate en el pleno del Congreso.
Tomen ustedes nota de este dato: entre los asistentes al acto religioso del domingo se encontrará el profesor Torres Mora, diputado socialista por Málaga, cuyo tío-abuelo, que era seminarista en aquellos primeros meses de la guerra civil, fue asesinado por milicianos republicanos. Es uno de los aspirantes a convertirse en nuevo beatos de la Iglesia Católica. El dato tiene su importancia si añadimos que Torres Mora, que fue jefe de gabinete de Rodríguez Zapatero antes de convertirse éste en presidente del Gobierno, es uno de los inspiradores del texto del proyecto de ley de Memoria Histórica, que tan mal recibido ha sido por el Partido Popular y por los propios obispos.
No encontraremos mejor metáfora de la transversalidad del proyecto del Gobierno, aunque sus adversarios lo califican de "sectario" y dicen que sólo servirá para reavivar enfrentamientos entre españoles. Nadie osará formular semejantes acusaciones, en la dirección contraria, por el hecho de que con el acto del domingo la Iglesia española también esté haciendo un ejercicio de memoria histórica con el encomiable propósito de honrar a sus muertos de la guerra civil. "Asesinados por su fe, no por sus ideas", suelen precisar inmediatamente la Conferencia Episcopal.
En el contexto de nuestra guerra civil es muy difícil disociar la fe de las ideas sabiendo, como sabemos, que la jerarquía católica apoyó las ideas que inspiraron la rebelión militar de 1936, se puso del lado de los rebeldes durante la guerra civil y no consta ningún proceso de beatificación para reconocer, por ejemplo, el sacrificio de los sacerdotes vascos asesinados por el llamado bando "nacional" ¿O en este caso sí fueron asesinados por sus ideas y no por su fe? Tampoco consta que el "caídos por Dios y por la Patria" -todo junto, como un todo inseparable-, fuera impugnado nunca por la Iglesia española.
Son reflexiones personales que en ningún caso desembocan en la reprobación o la crítica al solemne acto religioso de este domingo. Forma parte de la liturgia religiosa. Los creyentes y la jerarquía católica no tienen una forma mejor ni más sublime de rendir homenaje póstumo a dos obispos, 24 sacerdotes, 462 religiosos y religiosas, dos diáconos, un seminarista y siete laicos (entre ellos, dos mujeres), asesinados en la segunda mitad de 1936, excepto dos en 1934 y siete en 1937. Están en su derecho. Y nadie va a acusar a la Iglesia de reavivar la división entre los españoles.
Antonio Casado.