MADRID 30 Oct. (OTR/PRESS) -
Ante los estados mayores y prácticamente todos los cuadros nacionales, regionales y locales del PP, Mariano fue proclamado el pasado fin de semana en Valencia como candidato de su partido a la presidencia del Gobierno. En esto madruga a Zapatero, que cubrirá la misma formalidad el domingo 25 de noviembre. También le madrugó en este ataque de humildad que, por lo visto, les ha afectado en los últimos días a ambos, el titular y el aspirante. Lo digo porque, veinticuatro horas antes de que este domingo se presentase en Barcelona Rodríguez Zapatero para reconocer que el Gobierno no ha hecho bien las cosas en relación con las obras del AVE, Rajoy había hecho la siguiente confesión de parte durante dicho acto de proclamación: "No soy tan listo como para no equivocarme ni tan tonto como para no darme cuenta de que a veces me he equivocado".
En su papel de telonero, el presidente de la Comunidad Autónoma, Francisco Camps, definió al presidente del PP como un hombre con "corazón de español y cabeza de gobernante", en perfecto ajuste a lo exigido ese día por el guión del acto electoral, que consistía en recabar toda la atención hacia la figura del líder. Rajoy, en primera persona. Ese era el significado del acontecimiento, aunque el propio candidato precisó que "este no es un proyecto personal a mayor gloria de mis iniciales".
Muy cierto, para su desgracia. En su equipaje personal hay demasiados paquetes ajenos, como los de quienes se han interesado más en buscar la caja negra del 14-M (la derrota del PP en las pasadas elecciones) que en apoyar la causa política y electoral de Mariano Rajoy, y ahora se pasan el tiempo lamentando su falta de carisma y su exceso de sensatez. De sí mismo dice ser "un político con sentimientos", lo cual viene a ser un reconocimiento elíptico de su escasa pasión por el poder, si el poder significa llevarse por delante a quien sea, lo que sea y como sea. Don Mariano, que es persona generosa, nunca quiso ajusticiar a nadie dentro del PP. Les ha ido haciendo sitio a todos, y a sus mercancías, averiadas en muchos casos. Y así no hay manera de llegar primero ni de aprender a llegar.
Pero el sábado era el día del actor, no de la obra, aunque la obra se haya comido al actor hace mucho tiempo. El actor ha de actuar y representar a menudo actitudes extrañas a su carácter. No está preparado para el navajeo, la reyerta política, el juego sucio y los campos embarrados. Ni falta que le hace. Pero, en fin, se explayó: "La gente sabe que puede confiar en mi, que soy fiable y previsible". Y sobrevoló las turbulencias. "Hoy es un día demasiado hermoso para dedicar un solo minuto a hablar de este Gobierno", había dicho al comienzo de su discurso.
Antonio Casado