MADRID 25 Jul. (OTR/PRESS) -
El Papa Francisco está resultando mucho más valiente de lo que se podía prever en una Iglesia Católica tan resistente a los cambios. Y en este caso no lo digo por su guerra declarada a las violaciones del sexto y séptimo mandamientos en ciertas alturas de la jerarquía, sino por el discurso desplegado en Brasil, donde ha querido apadrinar la Jornada Mundial de la Juventud.
Se ha comentado mucho la exposición al riesgo físico en este viaje. No parece, ciertamente, que las medidas de seguridad hayan servido para impedir verdaderas avalanchas de gente sobre el vehículo en el que viaja a cielo abierto. Al menos la que se produjo en Río de Janeiro el lunes pasado, cuando quedó prácticamente cercado por los peregrinos, que llegaban a tocarle, mientras los responsables del operativo de seguridad vivían momentos de tensión.
Sin embargo, prefiero fijarme en la valentía que el Papa ha tenido al nombrar la soga en casa del ahorcado. Perdón por la expresión. Me refiero a su forma de soplar las velas de los "indignados", que están muy activos en este país contra unos poderes públicos cada vez más alejados de los problemas reales de los brasileños. En ese contexto, a Bergoglio no se le ha ocurrido otra cosa que denunciar esos dos jinetes de mal agüero que galopan más o menos silenciosamente entre las sombras de la actual crisis económica mundial y brasileña en particular (los manifestantes denuncian en la calle que el poder político se gasta el dinero en estadios de fútbol y no en las verdaderas necesidades del pueblo). Uno es el paro, que afecta a los jóvenes. El otro es los recortes en las pensiones, que afecta a los viejos.
Según el Papa, la "cultura del descarte" -así lo ha llamado- se está cebando en esos dos estratos sociales. Ya les había dicho a los periodistas que le acompañaban en el vuelo desde Roma, cuando se inició su semana brasileña, que llevaba en la cabeza la intención de desplegar ese mensaje reivindicativo de la "fuerza" de los jóvenes y la "sabiduría de los viejos", como dos palancas imprescindibles de una sociedad más justa y más habitable. Pero, al tiempo, es una forma de denunciar que los poderes públicos no parecen interesados en resolver el pavoroso problema del paro juvenil en muchos países adscritos a las economías de mercado ni en impedir que la actual crisis económica se acaba convirtiendo en la tumba del estado del bienestar.
En ese sencillo esquema expresivo se encierra el sentido de su viaje a la Jornada Mundial de la Juventud. El primero de carácter internacional que lleva a cabo el sucesor de Benedicto XVI. Con un propósito muy claro : "Voy a Rio a encontrarme con los jóvenes, pero en su tejido social, principalmente al lado de los ancianos". Una forma de decir que no es aceptable un presente que no mira al futuro ni se acuerda del pasado.