MADRID 1 Jun. (OTR/PRESS) -
Fernando Vallespín, "cocinero mayor" del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) se ha empeñado en arruinar el escaso crédito y prestigio que le queda al instituto de sondeos estatal. El CIS, a este paso, terminará con menos reputación y credibilidad que esas tertulias catódicas vespertinas formadas por haraganes y obscenos cotillas cuyos méritos más acreditados residen en haber sido "grandes hermanos". El último barómetro sobre intención de voto realizado en abril y hecho público tres días después de la encuesta real de las municipales del 27 de mayo, es una broma política infumable que confirma la utilización gubernamental del CIS. En abril, y sobre el papel, según la encuesta dirigida por Vallespín, los españoles otorgábamos al PSOE un triunfo electoral por mas de tres puntos de ventaja respecto al PP y un mes después, ya en las urnas, resulta que los electores hemos decidido darle la vuelta a la encuesta y proclamar ganador de los comicios por mas de 160.000 votos a los populares. El PP consigue la victoria electoral en la encuesta fetén del 27-M, mientras los socialistas se imponen en la cocina de Vallespín. Cabe preguntarse, primero, sobre la idoneidad de realizar un sondeo electoral justo un mes antes de unas elecciones de ámbito nacional como las municipales y en segundo lugar, una vez comprobado que los votos reales de las urnas desmienten las intenciones recogidas por el muestreo, ¿por qué se publica el barómetro a pesar de tan evidente desfase con la realidad?.
La repuesta solo puede ser una: confundir y desviar la atención del hecho que ha supuesto el triunfo electoral del PP tanto en votos como en porcentajes. Los populares han ganado los comicios por más que desde el PSOE se empeñen en subrayar la conquista de más espacios de poder municipal y autonómico. Salvo la excepción de Canarias, el PSOE ha quedado en los mas de diez ayuntamientos y dos comunidades donde puede gobernar merced a los pactos, como segunda o tercera fuerza política detrás del PP que ha ganado claramente y en algunos casos a un concejal o escaño de la mayoría absoluta. Sólo un sistema electoral imperfecto como el español impide que el partido con más apoyo electoral no gobierne y pase a la oposición.
Sería imperdonable que Rajoy no reformara la ley electoral si llega a la Moncloa; una reforma necesaria que únicamente requiere mayoría simple en el Parlamento y que, sin duda, serviría para oxigenar y regenerar un sistema de participación política que provoca desmotivación, desinterés y ,en definitiva, abstención entre los ciudadanos, hartos de asistir al espectáculo del mercadeo por el reparto del poder, en el que un puñado de votos en manos de un partido minoritario tiene más fuerza y valor que la voluntad expresada por la mayoría.
ANTONIO JIMENEZ