MADRID 3 Jun. (OTR/PRESS) -
Mañana comenzaremos a valorar lo que Juan Carlos y su reinado ha significado para España. De inicio fue un rey en quien apenas creía nadie. Ni los acérrimos del franquismo que lo contemplaban como un títere ni quienes ansiaban la libertad porque lo percibían como heredero y continuador de la Dictadura. Su éxito y el del pueblo español fue confluir en un impulso de futuro que alumbró la Constitución, a través de la cual España consiguió vivir en democracia y la corona legitimarse a través del voto que la confirmaba como una monarquía constitucional. Hay que señalar, dados los actuales olvidos, que entre esos votos estuvieron, y muy activos, partidos como el PCE que entendieron el momento y el futuro que se jugaban.
Han pasado desde entonces ya casi 40 años. Un largo reinado. Con momentos tan decisivos como el golpe de Estado de 1982, con la continua lacra del terrorismo, con las tensiones territoriales siempre latentes aunque no tan palpitantes como ahora pero también con unos avances tales y en todos los aspectos que han cambiado de manera irreversible, y para bien, a España. Que la crisis que soportamos y de la que comenzamos a salir no nos oculte esto: Donde estábamos, de donde venimos y que hemos conseguido. Hoy es trascendental la memoria. Porque debemos aprender de ella ante el nuevo tiempo que sin duda se inicia.
Porque la abdicación del rey, este mismo año en que hemos enterrado al otro gran símbolo, Adolfo Suárez, marca el final de la transición. Pone un punto y aparte. Pero donde habremos de seguir escribiendo en la misma pagina, en las de nuestra democracia, nuestros derechos y deberes, que son nuestra Constitución y nuestras leyes. Que si es preciso habremos de reformar, claro, pero entre todos y para todos, buscando el común denominador, sin pretensiones de imponer una posición sobre la otra, sin trágalas. Y cuando toque y con la necesaria prudencia de no reducir a escombros el edificio que nos cobija a todos.
La decisión de Rey, que nadie salga ahora con "yo lo sabía", nos ha cogido de sorpresa a todos. Por el momento. Si era previsible, y algunos apostábamos por ello, que esta se produjera pasado un cierto tiempo, cuando se hubiera apurado y sustanciado jurídicamente el turbio trance en el que se encuentran su hija y su yerno. Pero en realidad ningún momento es bueno. Ni malo. Y don Juan Carlos decidió al cumplir los 76 años, el pasado enero, que este había llegado y que lo mejor para la Nación y para la Corona era culminar el proceso de sucesión ahora. Que ha de pasar por el refrendo de los representantes del pueblo español, que es nuestro Parlamento. La estabilidad institucional y parlamentaria son buenas razones para proceder ahora a ello.
Como lo son las que laten en la abdicación. Un tiempo cumplido y unas necesidades de futuro. España ha de afrontar retos trascendentales que incluso le afectan como Estado. Y la regeneración ha de ser la piedra angular de todo ello. En todos los ámbitos, en todas las instituciones, en todos los órganos representativos y desde luego en la propia corona. Ese es el nuevo tiempo y no va a ser fácil. Pero ese le va a tocar en el sitio y en la parte que le corresponde al todavía Príncipe Felipe.