Actualizado 21/07/2009 14:00

Antonio Pérez Henares.- El hombre es un bicho muy malo.

MADRID 21 Jul. (OTR/PRESS) -

Hace 40 años el hombre llegó a la luna y el género humano, en general, y salvando las inevitables excepciones de la falta de unanimidad congénita a la especie (señalado hecho diferencial con hormigas y abejas), se sintió bastante ufano por la hazaña. También es cierto que más allá de llegar y decir unas frases muy engoladas y preparadas para la ocasión poco más se hizo y mucha mayor utilidad no tuvo, pero tampoco la tiene andar subiendo el Everest y en eso siguen y prosiguen algunos con emocionado empeño.

Pues bien, quizás aquella fuera la última épica en la que puso haber ese contento global. Hoy posiblemente no hubiera habido esa sensación de orgullo y hasta puede que se hubieran cargado de manera extraordinaria las tintas críticas. En estos último años ha ido emergiendo e imponiéndose sutilmente una filosofía, aun no sistematizada pero si con muchos adeptos, que en su cuerpo esencial de doctrina (aunque no se atreva a proclamarlo del todo) viene a afirmar, muy suicidamente por cierto, que el hombre es el cáncer, la enfermedad letal de la Tierra, su peor enemigo, que toda obra humana no deja de ser una agresión deleznable y que el mundo y la naturaleza estaría mucho mejor sin el, que sobre vamos, y que toda obra humana es en realidad una agresión. En suma, que lo mejor que le podía pasar al planeta y al universo es que el homo sapiens desapareciera de la faz de la Tierra y esto volviera a una especie de paraíso terrenal, sin hombres claro, ni siquiera los sumos sacerdotes de la profecía.

Ese es en el fondo y en el trasfondo lo que subyace en los axiomas más radicales de un pensamiento o mejor unas emociones que en un primer momento pudieron surgir alrededor del conservacionismo y del ecologismo pero que han emprendido sendas mucho más extremistas y nihilistas, sobre todo cuando sus santones y seguidores, curiosa pero lógicamente, son gentes absolutamente ajenas al contacto con ese medio natural y cuya pulsión es esencialmente asfáltica e idealizada ante todo lo que signifique paisaje, animal o planta.

El orgullo del progreso como especie, de sus obras, sea un acueducto romano o del XXI o una nueva forma de producir energía o un medio rapidísimo de locomoción o un instrumento global de comunicación, no sólo parece haber desaparecido sino que resulta, a la mas mínima, satanizado. La obra humana es "mala, el "hombre es un bicho muy malo", una especie perversa y nociva. El hombre se avergüenza profundamente de sí mismo o eso quieren que hagamos quienes esto predican. Y no hay matiz. No hay nada salvable. En lo profundo del pensamiento no cabe la disquisición de algo que puede ser, depende, bueno o positivo o negativo y malo. No. Todo conlleva la más feroz de las criticas y el más demoledor de los ataques porque, en la base, todo esta afectado del "pecado original" humano. Porque en realidad, ante lo que estamos no es ante ciencia, repudiada en el fondo, sino ante una nueva religión. Una religión, que como todas, considera al hombre un terrible pecador. Y a toda su obra, pecado.

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