Actualizado 05/12/2008 01:00

Carlos Carnicero.- Carrillo y Fraga; víctimas y verdugos

MADRID 5 Dic. (OTR/PRESS) -

El encuentro entre los dos veteranos consumó el principio de que la memoria histórica oficial no puede ser unívoca más que en sus aspectos fundamentales. Promover una ley para sustituir la labor de los historiadores fue una temeridad y el resultado evidente es que nadie quedó conforme. Una ley de la Memoria Histórica construida sin consenso es la garantía de un debate inagotable y agotador.

En el espejo en el que se veían frente a frente Santiago Carrillo y Manuel Fraga se reflejaron dos viejas concepciones civilizadas de la tragedia española. El veterano militante comunista que en su juventud actúo con la dureza que establecía la guerra civil desde el bando de la legalidad pero no siempre desde la legalidad misma. Y enfrente estaba sentando un representante de quienes desde el franquismo tuvieron la habilidad, la inteligencia y la oportunidad no sólo evolucionar hacia la democracia sino de colaborar en construirla. Pedirles a los dos responsabilidades por lo que pudieron hacer es una estupidez de calibre histórico porque sería tanto como deconstruir el sistema democrático que hemos levantado entre todos.

La memoria que de verdad importa es la de la dignidad de las víctimas. Y lo son todos y cada uno de los españoles que fueron asesinados a sangre fría independientemente de quien apretó el gatillo sin juicio justo, si es que puede haber un juicio justo para matar a nadie. Lo relevante también es establecer sin posibilidad de duda que la legitimidad estaba en la Republica en donde también se infiltraron algunos o muchos asesinos que se dieron banquete con sus ajustes de cuentas al amanecer. La única diferencia con los asesinos golpistas es que estos no eran la excepción de un bando legitimo sino la ilegitimidad misma.

Dijo Carrillo que a las víctimas asesinadas por el franquismo ya les rindió tributo ese poder ilegítimo: magro consuelo que un asesino confiera reconocimiento a quien fue asesinado por el otro. Si a mi padre le hubieran fusilado algunos republicanos sin control de la República no me daría por satisfecho si Franco le hubiera puesto una placa en cualquiera de las iglesias de España porque quien no tiene legitimidad ni para existir no tiene posibilidades de resarcir.

En todo este disparate que se ha montado -Zapatero sabrá por qué ha hecho una ley que ni siquiera se cumple- lo único que quedaría por hacer es una rápida, diligente y sigilosa operación de búsqueda de todos los fusilados que están enterrados en las cunetas para ponerlos en un descanso digno y conveniente a sus familias para que los muertos, todos los muertos, consigan darnos un poco de paz a los vivos.

Carlos Carnicero.

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